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Foto del escritorAlfonso Abad Porras

YO, PRI

Tenían mis hijos aproximadamente nueve y seis años, época en que les “hacía” la movilidad completa para su traslado al colegio y viceversa. Ese, fue el año en que mi hija hacía su primer grado de Primaria, luego de haber cursado el último de Nido; en este caso, ubicado bastante cerca del colegio donde ya estudiaba mi hijo mayor, el Alexander von Humboldt. El Nido al que matriculé a mi hija, era de una profesora alemana y nosotros, sus padres, nos sentíamos en la obligación de matricularla en el mismo, para darle una mayor oportunidad de aprobar el examen de ingreso al colegio: para nosotros, era imprescindible brindar el mismo nivel de formación escolar a nuestros dos vástagos.


Mientras estuvo en esa preparación, en el local de la profesora alemana, mi hija era testigo del trato que yo tenía con su hermano mayor, al que recogía del colegio después de hacer lo propio con ella. Tomó nota, evidentemente, de que su hermano me contaba lo más pormenorizadamente posible, cómo había sido su día de clases. Esto, era así, porque cuando aún mi hija no estaba en ese Nido, al recoger a mi hijo inicialmente no teníamos tema de conversación entre él y yo; muy pronto me di cuenta entonces, que el único tema posible, de mutuo interés para ambos, era que me pusiera al tanto de su día de clases.


Eso, obligó a llegar a una consecuencia lógica: al contarme mi hijo qué tareas le habían dejado, yo le preguntaba qué tan preparado estaba para resolverlas solo; naturalmente, había una que otra que él no se sentía muy seguro para desarrollarla por su cuenta, por lo que yo me ofrecía a hacerla con él al retornar a casa después del trabajo. Creo que vale comentar, aquí, que hubo una oportunidad en que mi hijo, al recibir su libreta bimensual, pudo enterarse que un par de compañeros suyos habían obtenido la máxima nota, 20, en el curso de Matemáticas. Al mostrarme su libreta me comentó esto último, así como su deseo de obtener, él también, el mismo calificativo en la mencionada libreta de notas. Como tenía que ser, le dije que si él quería que así fuera y yo lo podía ayudar, lo íbamos a lograr; al siguiente fin de bimestre se me apareció con un hermoso 20 en el curso que él quería obtenerlo y me hizo sentir obviamente muy orgulloso ….., muy rápido caí en la cuenta de que mi ayuda debía haber tenido algo que ver en eso y, que tenía que seguírsela brindando.


Nos acostumbramos a hacerlo así y, cuando mi hija se sumó a esa “movilidad”, desde su primer grado de Primaria, también quería contarle a su padre de sus vivencias escolares. Pero mi hijo consideraba que él era el llamado a contar primero las suyas, toda vez que con él había comenzado esa forma de comunicación; que era el mayor y, que seguramente lo que él me contaba era mucho más importante que lo que me pudiera comentar la niña tan chiquita que era su hermana. Nunca me lo dijo; fueron deducciones mías.


El asunto es que ambos se afanaban en narrarme sus experiencias de la jornada, desde que subíamos los tres al automóvil y, como es de suponer, se atropellaban mutuamente, de modo que yo no podía atender a uno u otra. Tuve que encontrar una solución, con la que ambos estuvieran de acuerdo, así como que a mí me permitiera conocer de sus bocas cómo les había ido individualmente, así como en qué pudieran necesitar ayuda.


De pronto se me vino la idea a la cabeza y se las expuse como algo que los tres teníamos que respetar y de lo que yo iba a ser el juez, en lo que ellos confiaban ciegamente: -Yo no puedo escuchar a los dos a la vez-, les dije; -por consiguiente, los dos me van a pedir que los escuche pero, a quien yo oiga en primer término, será quien me cuente primero-.


En adelante y mientras pude seguir llevándolos de regreso a nuestro hogar, era algo que no puedo darle otro calificativo que DELICIOSO, ver cómo, cuando yo entraba al patio del colegio donde esperaban los niños a que los fueran a recoger luego de terminado su día de clases, cada uno salía corriendo del grupo de condiscípulos en que se encontrara, gritando a todo pulmón y con una mano levantada: YO, PRI; YO PRI; …..-yo primero-. Siento que fue algo excepcional, que no aprecié en ningún otro caso, a pesar de que habían más parejas de hermanos en diferentes grados de estudio -sólo en las aulas en las que estudiaban mis hijos habían dos parejas de hermanos más-.


Cuento en la presente Columna de Opinión esta anécdota tan especial de mi vida como padre de familia, debido a que, recientemente, un excondiscípulo de mi hijo, que reside en Estados Unidos, pero que mantiene comunicación con mi hijo por haber sido muy amigos durante su época escolar, le envió un audio de mucha significación para mí, en el que se refiere a lo que cuento líneas arriba. Lo estoy adjuntando al final de la presente, en vez de la imagen con que busco normalmente ilustrar los contenidos de mis publicaciones; confío en poder hacerlo de modo que el mensaje sea audible para mis amables lectores.


Por cierto, me hace alguna gracia mencionar que, alguna vez luego de iniciado el trámite que seguía con mis hijos, mi esposa quiso ayudar a mi hija en la tarea que notaba no podía hacer sola; ella se lo impidió, diciéndole: -No, tú no sabes, que venga mi papá ….-. Es pertinente, también, decir que, de acuerdo a la formación familiar que recibí de mis padres, yo habría dejado el apoyo hogareño a los estudios de mis hijos en manos de mi esposa, en el criterio de que a ella le correspondía ….




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