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Foto del escritorAlfonso Abad Porras

UNA MUY MALA COSTUMBRE

Tienen, la mayoría de los médicos, la pésima costumbre de tratar a los pacientes con un exceso innecesario de confianza: sin tener en cuenta la edad o sexo del paciente, lo tratan de tú, sin tomarse la molestia de solicitar autorización para dar ese trato. En esto, los siguen las enfermeras y demás cuerpo auxiliar de los médicos de cualquier establecimiento de salud y, no pocas veces, también las empleadas de dichos médicos en sus consultorios particulares.


Este hábito, cuyo origen y fundamento desconozco, es aceptado por la gran mayoría de pacientes porque “es parte del servicio médico de toda la vida”. Nada más inexacto, porque los pacientes tienen, tenemos, todo el derecho de ser tratados con el mismo respeto que a nuestro turno damos a los galenos y/o al resto de personal auxiliar ya mencionado.


Para mí, este mal hábito, es verdaderamente mortificante, porque me considero una persona correcta, que sabe tratar a sus interlocutores, sean estos los que sean. Me permito referir una anécdota personal al respecto: en una oportunidad que debí asistir a consulta con un médico oftalmólogo, llegó el momento que no soporté ese trato irrespetuoso y confianzudo, por lo que dije al citado galeno que no me explicaba el porqué de este hábito suyo y de muchos médicos más; me respondió que, en su caso, se debía a la formación profesional que había recibido en España (si no me equivoco), lo que se había convertido en su forma de desenvolverse con los pacientes. Dado que recurrió a un argumento que, poco más o menos significaba que era normal en él, le dije que, en ese caso, le iba a corresponder su trato con otro similar de mi parte, porque si él era un hombre maduro, yo también lo era; si él era un profesional, yo también (soy ingeniero de profesión). Lo hice y, a él, no le gustó en absoluto, lo que demostró dándome el trato apropiado, de usted. Naturalmente, por mi parte hice lo propio.


Con esta anécdota, pretendo demostrar que a esos profesionales no les gusta que “les den de su propia medicina”. Creo que la referida, puede ser una forma adecuada de corregir ese, que yo considero “mal trato”, si no nos gusta que lo apliquen a nosotros.


Existen las llamadas “reglas sociales”, la mayoría no escritas, que promueven las buenas relaciones entre los individuos que conforman las respectivas sociedades, entre las que corresponde un lugar preponderante al buen trato y la reciprocidad del mismo que debemos dar y recibir todas las personas, para sentir que estamos relacionándonos con nuestros congéneres, es decir con seres humanos similares a nosotros. Por supuesto que ese buen trato incluye la forma de darlo; esto es, que si tratamos a cada uno de nuestros interlocutores con respeto, debemos recibir de su parte un trato absolutamente similar, porque nadie es más que nadie para faltarle el respeto. No es admisible, incluso, que una persona mayor subestime en su trato a otra menor, por el hecho de serlo, así como tampoco lo es que una persona culta lo haga con otra inculta, si en ambos casos los que podrían ser considerados “inferiores” dan un trato correcto a sus interlocutores.


No es, pues, admisible que quienes practican la medicina, sean los profesionales en ella o parte de quienes forman equipo con ellos para apoyarlos, se excedan concediéndose una posición de confianza que nadie les otorga. Por consiguiente, como de ellos no se va a generar la rectificación que corresponde, sugiero que en cada oportunidad que recibamos un desagradable abuso de confianza como el que motiva esta Columna de Opinión, actuemos de forma similar a la referida como anécdota personal, para hacer valer, ante quien o quienes lo apliquen, los derechos que nos asisten.




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