Hace poco, salí a comprar el pan para el desayuno como todos los días y me di con una agradable sorpresa: estaba lloviendo y se sentía mucho frío; sin embargo, como seguramente ya estaba dispuesto, un grupo de barredoras (creo que eran todas mujeres) estaba cumpliendo con su función en el parque de frente a mi casa, lo sorprendente, fue que todas estaban usando unas capas que les cubrían todo el cuerpo y, a no dudarlo, también les proporcionaban abrigo.
En los más de treinta años que vivo en mi actual domicilio, nunca antes aprecié un gesto humanitario como este; siempre fue como si esa gente careciera de valor humano para las autoridades de turno, como si fueran ciudadanos de segunda categoría, que no merecían atención ni prevención de ningún tipo de parte del gobierno local. Era, como si esa gente no tuviera derecho a sufrir las inclemencias del clima; o, como si a nadie le importara lo que ellas o ellos tuvieran que soportar, como si fueran personas dejadas ahí, a la buena de Dios, sin considerar para nada que son seres humanos iguales a nosotros; a ellos, a los que toca velar por la integridad física del personal a su cargo, me refiero de manera especial.
Debo reconocer que yo no voté por el actual Alcalde de La Molina, porque me resultó antipático desde un principio, aunque no podría decir la razón de tal sentimiento o reacción a su candidatura; también, debo decir que en el más de medio año de mandato que ya tiene a su cargo, no he podido encontrar razón alguna para cambiar esa antipatía gratuita, porque no puedo dar fe de nada que haya hecho por el distrito que le toca gobernar, pero el gesto que hoy le reconozco, habla muy bien de su calidad de ser humano, máxime si es el único bajo cuyo mandato se ha actuado de esa manera, hasta el mes y año en que nos mudamos con mi familia para este hermoso distrito.
Soy de la clase de personas que piensa en su prójimo, probablemente por la formación que me dieron mis padres, pero también por lo que me ha tocado ver y sentir, ser testigo, de lo poco que se valoriza a aquellas personas que, por falta de oportunidades, son relegadas por la sociedad a un segundo o tercer nivel del que nadie está dispuesto a dejarlas salir. ¿Por qué?, ¿es que acaso nos sentimos superiores o creemos que ellos son inferiores a nosotros? Ante los ojos de Dios, todos somos iguales, porque por nuestras venas y las de ellos corre sangre que “tiñe de rojo”, porque todos tenemos una mente, dos brazos y dos piernas con los cuales hemos de llevar a cabo nuestras actividades; porque el día en que dejemos este mundo, nos iremos igual que como llegamos, sin importar qué tanto pudimos acumular o no, qué situación holgada alcanzamos; qué riquezas o gran nombre, en fin, llegamos a tener a lo largo de nuestra vida.
Creo que una de las razones para nuestro subdesarrollo, es que no somos capaces de ofrecer oportunidades de desarrollo, de crecimiento moral, espiritual y físico, a nuestro semejantes; especialmente, si ellos pasan por la vida, cerca a nosotros, sin que prácticamente los notemos, porque los consideramos seres anodinos, sin importancia, no merecedores de ningún gesto piadoso o humanitario de nuestra parte, independientemente de lo que tengamos a nuestro alcance para brindarles una ayuda, un favor, una palabra de aliento, siquiera.
Mediante estas líneas, inspiradas por un gesto humanitario inusual, pero que debiera ser normal y frecuente, pretendo despertar en todos y cada uno esa nobleza, esa calidez con que llegamos a esta vida y de las que nos fuimos apartando conforme fuimos creciendo y tomando contacto con la sociedad. Propongo que aquellos en cuyas manos está el hacer algo significativo en el sentido que pongo de manifiesto, a quienes toca orientar la educación que nuestros hijos y generaciones descendientes reciben, se dediquen a inculcar en ellos sentimientos de nobleza que daño no les van a hacer: quizá contribuyan, al hacerlo así, a crear una sociedad mejor.
Lo anterior no quita, por supuesto, que nosotros hagamos el propósito de comportarnos mejor con nuestros semejantes, sin importar cuáles son sus signos exteriores de nivel personal. Tampoco nos hará ningún daño.
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