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Foto del escritorAlfonso Abad Porras

UN DIA PARA NO RECORDAR

Se nos puso mal mi señora. Sucedió, cuando iba a hacer unas compras para la preparación del almuerzo que había programado para la fecha en que le ocurrió. Fue sin aviso previo, siendo los síntomas manifiestos, mareos muy pronunciados. Lo que posteriormente apreciamos, es que parecía no poder tenerse en pie e iba a caer en cualquier momento.

Siempre pensamos los varones de la pareja conyugal, que nuestras esposas permanecerán “toda la vida a nuestro lado”, que son seres especiales que están y estarán a nuestra disposición para atendernos, auxiliarnos en momentos difíciles, escucharnos todo lo que les queramos decir y, en fin, hasta decirnos y a nuestros hijos, dónde está tal o cual cosa que no encontramos debido a nuestro proverbial desorden. A tal extremo, en mi caso, que desde siempre le vengo diciendo: “te necesito tanto….., que tú no te puedes ni morir”.

Es una broma, claro está, pero que encierra mucho de verdad, porque no sabría qué hacer si no contara con ella. Peor, aún, si nuestra convivencia y el hogar que formamos data de casi cuarenta años, en los que nuestras vivencias certifican qué tan verdadero es lo que digo, qué poco o nada podría hacer si me faltara.

A lo largo de este día, que no quiero tener que recordar, he venido pensando en estas cosas, que siempre traté de llevar a la broma, con la inquietud de que esto puede ser el principio de un fin que, aunque consciente de su posibilidad, no he querido ni quiero imaginar. No puedo suponer lo que sería esta vida sin la de ella a mi lado, no solo para que me atienda, como únicamente ella sabe hacerlo, sino para tener a quién brindarle merecidamente todo el cariño que aún tengo para dar.

Ambos somos ya jubilados, por lo que ella tiene el derecho de ser atendida en los hospitales de EsSalud, tanto para las consultas profesionales como para el suministro de medicinas que recete el médico tratante. Sin embargo, como para nuestros hijos y para mí, su esposo, esta era una urgencia que no sería atendida prontamente por el área de Emergencias de nuestro nosocomio habitual, decidimos llevarla a una clínica puesta al servicio de los vecinos del distrito en que vivimos por la municipalidad correspondiente en que, sabíamos ya, los precios no son tan elevados que no podamos cubrirlos, como sucedería probablemente con cualquier clínica particular.

Después de varios análisis y exámenes que dispuso el médico que la atendió, diagnosticó que sufría un cuadro de descompensación debido a un síndrome depresivo e hipotermia, para lo que recetó varios medicamentos, reposo y, cuando se encuentre ya estable, se someta a pruebas que determinen si, también - porque yo la sufro-, padece de diabetes.

Hasta qué punto esta situación impensada pero siempre posible truncará o modificará nuestros sueños y proyectos a futuro mediato e inmediato, Dios dirá; lo único que puedo pedirle, es que todos y cada uno de los miembros de nuestra familia, de la cual ella es “el alma del hogar”, seamos capaces de aceptar sus elevados designios.

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