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Foto del escritorAlfonso Abad Porras

RECONOCIMIENTO DE GESTOS POSITIVOS

Considero ser de la clase de personas que sostienen su posición y sus derechos por encima de todo, capaz de reclamar si alguna forma o actitud en el trato que recibo me ofenden, disgustan o no las merezco. Como todos o la mayoría de las personas, supongo. Probablemente, porque en todo, siempre hay fondo y forma: por lo menos, a mí me importan mucho las formas.

No creo ser de aquellos que todo lo ven discusión o que constantemente andan enzarzados en enfrentamientos con los demás, aunque no dejo de estar dispuesto a entrar en una discusión por defender mi posición a ultranza: no soy belicoso pero, dentro de mí, tampoco dejo de serlo.

Probablemente, por reconocer esto como un defecto, siempre me he obligado a reconocer explícitamente los gestos o actitudes de esa índole que recibo, vengan de donde vengan o de quien lo hagan. Siempre he tratado de ser justo: si soy capaz de reclamar a alguien por un mal trato recibido, también debo serlo de reconocerle su buena actitud o trato hacia mí, si así sucede. Este comportamiento, nunca ha dejado de darme buenos resultados, por lo que me siento agradecido de ser capaz de superar mi ego frente a los demás, a pesar de que a veces considero tenerlo muy grande.

Una de esas actitudes mías de reconocimiento de un trato positivo que recibí, grafica lo que digo, ampliamente: Trabajando alguna vez en Corpac, me fue asignada una tarea que implicaba llevar a cabo cierta toma de mediciones en una cámara (buzón) en la zona de la pista de aterrizaje: Dada dicha ubicación, requería del apoyo de otra área para poder ingresar con personal a mi cargo a la cámara en cuestión y permanecer en ella durante algunas horas para tomar las mediciones que se me habían asignado.

Puesto que tal gestión requería de una coordinación previa, me dirigí al área en cuestión para solicitar personalmente al ingeniero a cargo de la función que requería que la llevara a cabo al día siguiente y a una hora que acordamos. Naturalmente todo se llevó a cabo adecuadamente y pude cumplir con el encargo recibido sin problema de ninguna clase.

Como la tarea realizada tenía la importancia de que las mediciones efectuadas iban a servir para alguna decisión a tomar, una vez concluida consideré pertinente agradecer por escrito la buena actitud que había tenido para con mi pedido verbal el ingeniero responsable de brindarla. Preparé, pues, el memorándum correspondiente y lo hice tipear; cuando el documento llegó a mi Jefe de Departamento, me llamó para que le explicara el porqué de emitir un documento de esa naturaleza, a lo que le contesté explicándole mis razones, más de índole subjetiva que objetiva: haciendo un gesto de incomprensión, pero a la vez de tolerancia, el funcionario visó el documento para que fuera pasado a la firma del Gerente de Area. Este, a su vez, pidió al Jefe de Departamento que le explicara la razón de emitir un documento tan inusual, a lo que el citado subordinado suyo le respondió, como pudo, los motivos que a mi vez le había expresado.

El documento salió y allí terminó la historia, excepto porque donde me veía el ingeniero que me atendió desinteresadamente se deshacía en gestos amables para conmigo (recuerdo, que me parecía que hasta “me quería besar los pies”): me imagino que ese memorándum hasta le puede haber servido para enriquecer su curriculum vitae.

Nada me costó tener ese gesto que, definitivamente, me pareció justo.

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