El día que fui padre por primera vez, al cargar a ese montoncito de carne que entonces era mi hijo, supe que mis aspiraciones, mis intereses, mi vida en general, estaban cambiando para siempre que, en adelante, los pasos que diera, las decisiones que tomara, iban a ser en función de él. Cuando, tres años y pico después de ese acontecimiento, se produjo otro similar con el nacimiento de mi hija, no hice sino ratificar los sentimientos y propósitos mencionados: mi vida había dejado de ser la misma.
Cuando, muchos años después, nuestros dos hijos nos hicieron abuelos a mi esposa y a mí, casi al mismo tiempo -la mayor de mis nietas (4 de junio) le lleva exactamente (4 de setiembre) tres meses a la segunda de ellas-, ya no tuve las mismas sensaciones, como tampoco podía ser, pero no imaginé cuánto y de qué forma las iba a querer; ellas, actualmente, tienen 13 años de edad cada una y ya son adolescentes por edad, aunque la mayor más que la segunda, debido a la forma de ser de cada una. Mis otras tres nietas tienen 8 años, la que sigue en orden cronológico, segunda y hasta el momento última hija de mi hijo -no pierdo la esperanza de un tercer alumbramiento en el hogar de él-; 3 y 1 años las dos últimas, hijas de un segundo compromiso de mi hija -con lo que espero haya “cerrado la fábrica”, porque sus tres partos han sido mediante operación cesárea-.
A continuación, me permitiré hacer una descripción sucinta de cada una de ellas y algunas de las circunstancias que acompañaron las vidas, hasta el momento, de estas criaturas:
Micaela; la mayor de todas, cuando nació y durante casi todo su primer año de vida, vivió en el hogar de sus abuelos maternos, porque mi hijo había viajado desde antes a Estados Unidos con el propósito de reunir dinero trabajando; por consiguiente, nos perdimos, mi esposa y yo, sus primeros momentos. Desde muy pequeña, fue la que se preocupaba más de su aspecto, de los “chicos” (de ambos sexos, en realidad) y de los chismes relacionados con ellos -siempre, me hizo recordar a Susanita, de Mafalda-. Está cursando el 3er. Año de Secundaria y marcha bien en sus estudios, sin que ello implique que es una alumna sobresaliente; es mucho más cumplida de lo que fue durante su educación primaria, pero no es brillante, lo que yo atribuyo a sus “otras preocupaciones”, porque inteligente y capaz sí es.
Camila, la segunda y más delicada de mis nietas, cursa el 2do. Año de Secundaria; tuvo deficiencias orgánicas de nacimiento, como por ejemplo, el “espasmo del sollozo”, que cuando le sobrevenía se desvanecía, quedaba como muerta y se iba amoratando. Al respecto, una de las más difíciles circunstancias que recuerdo fue cuando, al habérsele producido el espasmo, yo la tenía cargada frente a un lavabo echándole agua -nos habían dicho que con eso podía terminar el desvanecimiento-, mientras que mi hijo sacaba el auto de la cochera, me esperaba con mi esposa y ambos me apuraban para llevarla al área de emergencia de un hospital cercano de EsSalud, eran alrededor de las once de la noche ….; la bebe, felizmente reaccionó. Otra ocasión que tengo también muy presente fue cuando, siendo Camila sólo de meses, luego de un muy fuerte disgusto que habíamos tenido entre mi hija y yo, se le produjo también el espasmo y mi hija vino a mí, muy preocupada porque no sabía qué tenía la suya; producto del disgusto mencionado, le contesté muy mal a mi hija, diciéndole que “yo no era médico para diagnosticar el padecimiento de la bebe”. Posteriormente, cuando en otra ocasión próxima a la recién mencionada, supe realmente cómo era lo que le sucedía a mi nieta, lo único que pude hacer fue pedirle disculpas a mi hija, por lo torpe y falto de respeto que fui en la ocasión anterior (en realidad, yo no tenía la menor noción de que una criatura de tan poco tiempo de nacida pudiera manifestar problemas de esa índole: en ese sentido, con mis hijos no tuve ningún problema similar).
Otra insuficiencia de nacimiento de Camila, fue que tenía -tiene, hasta la fecha y creo que será para toda su vida- uno de sus pulmones desarrollado sólo hasta un 25% del que debiera ser su desarrollo normal -el actual Papa Francisco, padece de lo mismo, según se publicó cuando fue elegido como el actual Vicario de Cristo-; además, sufría de “reflujo”, por tener el músculo diafragma desarrollado, también, insuficientemente al momento de su nacimiento. No sé si algunas de estas insuficiencias tienen relación entre sí.
Como se puede apreciar, esta niñita fue todo un caso no sólo para su mamá, sino también para sus abuelos maternos (mi hija fue madre soltera de su primera hija).
Macarena; hasta ahora, creo yo, la más “mosca” de mis nietas: muy menudita, muy delgadita, siempre sonriente, parece no prestar atención a lo que se habla cerca de ella, pero de todo se da cuenta, todo lo entiende y de todo puede dar razón. Es, de lejos, la engreída de sus padres y ella lo sabe y lo maneja muy bien. Actualmente, está estudiando el Tercer Grado de Primaria y aún no se sabe si llegará a ser o no una buena alumna. Hacen años, me parece que tres o cuatro, un día nos sorprendió, a su abuela paterna y a mí, diciéndonos que ella tenía tres mamás: la natural; la que está en el Cielo (entendimos que se refería a la Virgen María); y, mi esposa, a la que hasta ahora también le dice mamá.
Caetana; la segunda de las hijas de mi hija, es increíblemente parecida a su mamá a su edad físicamente, al extremo de que no hace mucho le mostré una foto de mi hija y le pregunté quién aparecía en ella; con total convicción, pero eso sí luego de pensarlo (supongo que estaba tratando de recordar qué ropa tenía puesta), me contestó que era ella misma. Es muy carismática: a todos les cae bien, aunque como cualquier criatura de su edad es muy traviesa; sin embargo, es bastante obediente y manifiesta la educación que ha recibido en el hogar: sabe dar las gracias, sabe pedir las cosas; en fin, hasta ahora es un amor de criatura. Está convencida de que, este, será su primer año como escolar (en Nido) y vive ansiosa de que el inicio de su vida escolar llegue.
Cataleya, es la última de las hijas de mi hija, así como la última de las integrantes de la tercera generación que, con mi esposa iniciamos. Es muy engreída de sus padres, a lo que atribuyo su absoluta pereza para hablar: tiene cerca de año y medio de edad y hasta ahora tal vez los dedos de una mano sobran para contar las palabras que dice con claridad, tales como mamá, teta, agua y, no recuerdo si una u otra más. Procura, siempre, que su mamá esté pendiente de ella, aunque debido a que esta última debe salir cotidianamente a trabajar -mi hija se abstuvo de trabajar hasta que esta niñita cumpliera, por lo menos, su primer año de vida-, está aprendiendo a prescindir de ella no sin explotar, a cambio, cada vez más su natural instinto travieso.
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Ellas son, las preciosas criaturitas que Dios ha querido brindarnos para alegrar la última etapa de nuestra vida, a mi esposa y a mí. Supongo que ese don se lo regala a todos los que, de alguna manera, fueron buenos padres o que dedicaron esfuerzos al bienestar de sus hijos, Quiero creerlo así.
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