El Perú fue un país eminentemente agrario; es decir, se dedicaba mayoritariamente a la producción agrícola, teniendo entre sus productos más conocidos a nivel internacional durante la primera mitad o algo más del siglo pasado, la papa (de la que nos enorgullece ser originarios), el algodón y el azúcar. Sin embargo, ya no podemos considerarnos así, principalmente por la fuerte migración del campo a la ciudad que se desarrolló a partir de la segunda mitad del siglo XX en nuestro país.
Dicha migración, a su vez, se debe a que las familias dedicadas al agro llegaron a la conclusión de que sus hijos debían y podían aspirar a más, por lo que optaron por dedicar sus mayores esfuerzos a que estos emigraran a la ciudad, especialmente a la Ciudad Capital, Lima. Así comenzó, siguiendo las generaciones posteriores el ejemplo. Ello, trajo como consecuencia la disminución de la producción agraria, por falta de mano de obra especialmente, pero también porque los adelantos tecnológicos que pudieran haber ayudado a mejorar la producción, en calidad y en cantidad, no llegaron a quienes se quedaban al frente de las tareas rurales (o, no lo hicieron a tiempo), debido al desinterés de estas poblaciones mermadas, que ya no tenían el empuje propio de la juventud.
Otra consecuencia de la citada migración, es que se sobrepobló la ciudad, especialmente Lima, con lo que el crecimiento citadino fue desordenado y sacrificó buena parte de terrenos de cultivo propios de cada ciudad que, a la vez que productores de algunos comestibles, servían a las respectivas poblaciones como “pulmones” contra el avance de la polución ambiental.
Hoy, vivimos en un país que dejó de ser agrario por excelencia, para convertirse mayoritariamente en un conjunto de ciudades excesivamente pobladas, de infraestructuras concebidas sin planificación y, sobre todo, de poco desarrollo, con excepción de algunas capitales de departamentos y ciudades importantes, en primer lugar Lima, la capital del país. Si el Perú es un país subdesarrollado, el resto del país lo es mucho más, porque sigue siendo vigente aquello de que “Lima es el Perú” y en ella se concentran todas o casi todas las entidades más importantes, así como el manejo político y el económico de la nación.
Diversos gobiernos han hecho algunos esfuerzos por desarrollar el resto de la república, siendo tal vez el más serio de ellos el que creó su división en Regiones. Lamentablemente, el proceso de regionalización fue y sigue siendo defectuoso, porque lo único que se ha hecho es cambiar de nombre a los antiguos Departamentos, que ahora se llaman Regiones. La regionalización, como propuesta para mejorar el país, no es mala; todo lo contrario, pero debe corresponder a otro tipo de división política asociando, por ejemplo, departamentos cuya producción, características a futuro y homogeneidad, lleven a la necesidad de unificarlos en regiones.
Por otro lado, no se ha hecho ni se hace nada para disminuir y hasta revirar la migración del campo a la ciudad y/o de las ciudades menores a las principales, teniendo a Lima como destino final: así, el resto del país nunca se va a desarrollar y la población peruana siempre sentirá que no podrá alcanzar niveles adecuados de vida si no logra llegar a Lima. Lo único que conseguirán quienes migran a las capitales de Departamento y a Lima, es venir a engrosar los cinturones de pobreza que no solo no pueden contribuir al desarrollo de las ciudades a las que migran, sino que lo perjudican.
Es necesario que nuestras autoridades se aboquen a la tarea de desarrollar el interior de la república en general, emitiendo disposiciones que favorezcan dicho desarrollo, estimulen a los habitantes para contribuir a lograrlo y desalienten su deseo y, por qué no decirlo, sus ansias de migrar a las ciudades principales. Esto, se vuelve más urgente, con motivo del fuerte ingreso de población venezolana al Perú, debida como todos sabemos a los aciagos días que está viviendo su nación bajo la dictadura de Nicolás Maduro (cabe recordar, aquí, que muchos peruanos se fueron a Venezuela cuando en el Perú ocurrió la revolución militar y dictadura de Juan Velasco Alvarado, a quien sucedió Morales Bermúdez).
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