Eramos cinco hermanos, cuatro mujeres y yo, de los cuales Angela era la última. Hasta hacen pocos días, vino luchando, con ayuda médica, con un cáncer al páncreas inoperable, que la había venido consumiendo sin apenas darse cuenta. Hace muy poco, el 29 de mayo último, nos dejó; mejor dicho, Dios quiso que dejara de sufrir y se fuera de nuestro lado para siempre: ¡Hágase su Divina Voluntad!, pero no puedo dejar de rogarle que haya sido para que su alma esté disfrutando de una mejor vida. A continuación y a manera de homenaje, me permito narrar algunos aspectos de su vida.
Como dije, era la quinta de cinco hermanos, probablemente la más traviesa desde muy pequeña. Mucho recuerdo, porque hay una foto que lo perenniza, cuando teniendo ella probablemente del orden de dos años de edad, nuestro padre, sentado, tenía cargada sobre una pierna a nuestra penúltima hermana y a ella paradita apoyada en su otra pierna. Cuando mi papá no observaba o simulaba no hacerlo, ella le daba un pequeño “manazo” a la otra, que sólo se limitaba a quejarse, incluso sin protegerse.
Cuando Angela frisaba los nueve o diez años de edad a mí, que ya había terminado el primero de Secundaria, mis padres me suscribieron a una excursión de una semana que hacía el colegio donde estudiaba, en una playa cercana del litoral. Ella seguía siendo tan traviesa que era mi compañera de juegos, porque era la única que se atrevía a practicar alguno de ellos que las otras tres no, por ser posiblemente “muy rudos” para ellas. Al despedirme de Angela para la excursión de una semana anotada, basándome en los anteriores “fundamentos”, le dije poco más o menos lo siguiente, me imagino que preocupado como estaba por dejar a todas ellas sin mi “gran” protección: “ahora que no voy a estar, quedas tú como ʽúnico hombreʽ de la casa; quiero que las cuides bien, hasta mi regreso”. Por supuesto que, con la mayor de las formalidades, me lo prometió.
Ella y esta penúltima hermana ya mencionada, que sólo le llevaba once meses de edad, estudiaron juntas, en los mismos salones de clase, toda su educación Primaria y Secundaria. Cuando les tocó estudiar Secundaria y nuestros padres decidieron matricularlas en un colegio que las podía educar en calidad de internas, las reacciones de ambas fueron por demás disímiles: mientras que Angela disfrutó ese estado a más no poder, la otra sufrió y lloró como “una condenada”. Lamentable o felizmente, según la óptica de cada una de ellas, el encierro -el internado- sólo duró el primer año de secundaria. A partir del año siguiente y con gran esfuerzo inicial de nuestro padre, se les puso “movilidad” para trasladarlas de nuestra casa en Barrios Altos al colegio en Magdalena, en forma diaria.
Aunque Angela en esa época siguió siendo muy traviesa, creo que nunca fue mala alumna, porque jamás repitió un año lectivo, ni tan siquiera llevó “rojos” en la libreta ningún fin de año. Al concluir sus estudios secundarios, postuló exitosamente a la entonces Escuela de Servicio Social del Perú -que, durante el período de formación de mi hermana, pasó a convertirse en una más de las Facultades formativas de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Terminó en forma brillante sus estudios superiores y en 1967, al año siguiente de haberlos concluido, alcanzó el título profesional de Asistenta Social -entiendo que el nombre actual es Licenciada/o en Servicio Social-.
Como etapa final de sus estudios, hubo de hacer una Práctica Pre-Profesional en una comunidad agraria del interior del país, que duró creo que un verano. Como “diploma”, regresó a nuestro hogar con un novio que no mucho después se convirtió en su esposo y con el que procreó dos hijas; la menor de ellas se convirtió en monja, profesando los hábitos de la Congregación de María Auxiliadora. Cuando Angela conoció esta determinación de su hija, sufrió mucho, porque a sus cortos años -egresando recién del colegio- se separaba de ella “para siempre”: esto no fue verdad, tanto así que la monjita fue quien estuvo pendiente de ella, ayudándola en todo lo que necesitara durante su penosa enfermedad terminal, debido a que su hermana mayor residía -y reside- fuera de Lima y no podía hacerse cargo.
Fungió, luego de egresar de las aulas universitarias y a lo largo de la extensa primera parte de su ejercicio profesional, como catedrática de su especialidad en las universidades Nacional Federico Villarreal, Nacional Mayor de San Marcos, de San Martín de Porres, Inca Garcilaso de la Vega y Ricardo Palma. Precisamente, creo que siendo catedrática de esta última universidad, alcanzó una segunda titulación como Terapista Familiar Sistémica, luego de cursar algunos cursos complementarios.
Con este segundo título, se desempeñó profesionalmente en el Instituto de Salud Mental Honorio Delgado – Hideyo Noguchi; y, como docente en la Universidad Ricardo Palma, en la que creó el curso y fue su Coordinadora General. Este curso, que era de formación extra-curricular, se dictaba para optar por un segundo título profesional y era asignación con dicha finalidad, para psiquiatras, psicólogos, neurólogos, educadores y, naturalmente, profesionales en Servicio Social.
De manera sucinta esta es, a grandes rasgos, la historia de mi hermana Angela que creo ha dejado una huella entre quienes la conocieron, especialmente quienes formaron parte de su alumnado a lo largo de sus años de docencia universitaria.
Con motivo de su partida, mi hija ha publicado un recuerdo en Facebook, que también quiero compartir con mis amables lectores, por lo que lo copio a continuación. Dado el recuerdo que publica, les comento una anécdota de Angela, ocurrida cuando era aún soltera: Con motivo del mes de octubre, cada año muchos fieles del Señor de los Milagros usan el clásico hábito morado, obligándose a cumplir una serie de compromisos, entre ellos no bailar. El día 23 de dicho mes, es cumpleaños de otra de mis hermanas, que generalmente se celebraba con una fiestecita; ese año, Angela había pedido -y, entiendo que recibido- una gracia especial al Señor de los Milagros, con el compromiso de usar el hábito morado durante todo octubre. Comenzó la mencionada fiesta y Angela estaba presente vistiendo el hábito; fue tanta la animación que vio -supongo-, que en un momento dado dijo, -Ya no puedo más-; fue a su dormitorio, cambió su atuendo y salió a bailar ….
UN RECUERDO
Elijo recordarte así, alegre, divertida, sonriente, feliz.
De niña eras la tía bromista, siempre con la chispa en el momento justo, la que más le gustaban los postres, siempre cantando y bailando apenas había oportunidad.
Luego en mis años de universidad, la vida nos llevó a coincidir en el hospital, yo llevaba clases y tú cumplías tu rol de Asistenta Social, creo que fue ahí donde tomé conciencia de lo que hacías por los demás. Estoy segura que cada martes de ese semestre siempre estuvieron presentes en tu memoria (lo recordabas y me lo decías), así como están en la mía; eran 10 minutos de complicidad, donde yo acababa mi clase e iba a tu consultorio a conversar un poquito de la vida, sé que me esperabas.
Ya en estos últimos tiempos, comprobé contigo, que la esencia de las personas no se pierde, hasta la última vez que te vi seguías con tu chispa y, a pesar de no poder comerlos, seguías amando los postres.
Vuela alto tía Angela, sé que esto es un hasta luego, que ahora estas con mis abuelos, que nos dimos un último abrazo y, que ya estás descansando en paz.
Pedro, mucho agradezco la deferencia de tu saludo y sentida condolencia que valoro en toda su magnitud; lo que escribí en mi última columna de Opinión, es un pequeño homenaje que he querido rendir a mi hermana y que considero me correspondía forzozamente: como ya has podido apreciar y comentas, tengo inclinación pero también facilidad para la redacción castellana; por consiguiente, lo menos que podía hacer es dedicarle un espacio a la primera de mis hermanas que Dios ha querido que pase, espero, a mucha mejor vida. Respecto a mis publicaciones, me alegra saber que te gustan y permiten un mayor contacto con la realidad que nos toca vivir aquí; precisamente cuando también las publico para amigos y condiscípulos como…
Don Alfonso, llégue por aquí mi pésame por el deceso de tu hermana, son estos hechos los que nos mueven a reflexionar y rememorar sobre nuestras vidas, nos lo has transmitido y hemos compartido tus grandes sentimientos y tus lindas vivencias familiares, me han movido a dedicarte desde el exilio un saludo cariñoso y cordial. También felicitaciones por tu columna de opinión que releo y me mantienen en contacto con mi amado y querido País. PEDRO VELARDE
Muchas gracias por tu lectura y gentil comentario, Marco.
"Vuela alto tía Angela, sé que esto es un hasta luego, que ahora estas con mis abuelos, que nos dimos un último abrazo y, que ya estás descansando en paz." concepto que me impresionó por su hondura y comenté en Facebook. Sin duda Angela está al cuidado del Señor más aún habiendo contribuido a su Gloria con una de sus hijitas. Qué Providencia la que te permitió disfrutar hasta su final a esta hermana tan especialmente "traviesa"...