Mi esposa tiene la costumbre de “hacer el mercado” una vez a la semana, generalmente los domingos; y, yo, que soy su “chofer, cargador y paganini”, la acompaño religiosamente todas las veces que lo hace. Dentro de sus hábitos, se encuentra el de verificar la relación de productos comprados que indica el voucher emitido por la caja registradora, incluyendo en dicha verificación también la de los precios unitarios que nos cobran; siempre creí que este último hábito era una “cansera” típica de quien va aumentando en edad y se va “llenando” de ellas.
Un día no muy lejano, comprendí cuán equivocado estaba, cuando me demostró, mediante un airado reclamo a la cajera, que ese no era el precio del producto marcado en el estante respectivo: al ir a verificar, con uno de los empleados del supermercado en que estábamos, ambos comprobamos que mi esposa estaba en lo cierto. Naturalmente que el reclamo prosperó, previa intervención de una supervisora del establecimiento, aparte de que inicialmente solo reconocían que el precio había sido el indicado en el anaquel, pero sostenían que “el error” se limitaba a haber omitido el cambio de precio en el mismo.
De esos “errores” hemos sido, o nos han pretendido hacer, víctimas en una serie de oportunidades, cada vez más frecuentes, no solo en ese sino en varios establecimientos, donde normalmente no compramos uno o muy pocos productos o artículos en venta, sino una cantidad mayor y más variada de los mismos. Es decir, ya no creemos en eslóganes tales como “….. su mercado de confianza”.
Por otro lado, está el estribillo aquel de “precios más bajos siempre”; o, ese otro “….. donde comprar es un placer”. Justo es reconocer que la familia Wong, donde surgieron estas dos últimas propagandas, lo que seguramente es muy obvio para la mayoría de lectores, ya no es propietaria de las cadenas que crearon y, que los nuevos dueños no se han preocupado en absoluto de cumplirlas. De las “ofertas” o “promociones”, ni se diga: la mayoría de los grandes supermercados y tiendas por departamentos, lanzan programas de esos tipos, indicando el precio supuestamente bajo del o los artículos comprendidos y los comparan con “el precio normal de venta”; lo que sucede, en la mayor parte de los casos, es que suben el precio del producto y le aplican la supuesta “rebaja”, para dejarlo después al precio ya incrementado, significativamente superior al que tenía antes de la citada promoción u oferta. Somos los clientes los llamados a hacer valer los eslóganes, las promociones y las ofertas, ya sea haciendo notar nuestra disconformidad en los mismos establecimientos o, acudiendo a medios de difusión para que pongan en evidencia pública la forma en que se burlan de sus clientes.
En los países desarrollados y el ejemplo más a la mano es Estados Unidos, los establecimientos o cadenas de los mismos respetan lo que se dice en sus propagandas, so pena de fuertes multas generadas por usuarios que se sienten burlados de maneras como las enunciadas. Basta con que haya una queja en ese sentido que llegue a un medio de difusión, para que el público le retire sus favores y acuda a los competidores, que siempre los hay; sin perjuicio de que las multas mencionadas son significativas, lo que más temen quienes dirigen esos negocios es que esto último ocurra, porque el público usuario es muy solidario en aplicar el castigo a su alcance ya indicado.
¿Por qué, motivos de queja similares no son castigados de la misma manera?; seguramente se pueden ensayar una serie de explicaciones, la mayoría de las cuales tendrían su fundamento, desde que somos descendientes de españoles hasta que se coimea a las autoridades respectivas; yo prefiero decir que somos víctimas de nuestra indolencia: no nos molestamos en hacer valer nuestros derechos, esperamos o queremos que “las autoridades” nos solucionen el problema, porque “para eso están”. No es que no les corresponda, es que debemos obligarlos a actuar.
Hagámoslo.
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