Desde que nos casamos, mi esposa y yo nos acostumbramos a hacer, los domingos, las compras de mercado para toda la semana. La razón para que así fuera, que ambos trabajábamos y, por consiguiente, ella no disponía de tiempo para hacerlas día a día -en mi hogar paterno mi madre, ama de casa únicamente, era la encargada de “hacer el mercado” cada día-; y, dado que el peso de lo que comprara debía ser superior a sus fuerzas y, que yo disponía de un auto propio, lo lógico era que la acompañara: tanto me acostumbré a hacerlo, que les decía a algunos de sus proveedores habituales que yo era su “chofer, cargador y paganini”. Así, fue como rompí uno de los moldes más rígidos que había captado en mi hogar paterno; pero sirvió: independientemente de los cambios de hábitos de vida que por inercia se van produciendo, nunca fui el “jefe del hogar” hasta cierto punto inaccesible que fue mi padre; y, creo que eso fue bueno para la comunicación y comprensión entre mi esposa y yo.
Inicialmente, vivíamos en Pueblo Libre, en mi casa paterna (con el supuesto objetivo de “ahorrar para comprarnos una casa”); y, poco después, en San Miguel, en la urbanización Pando. Por tanto, teníamos la posibilidad, mediante la movilidad propia de que disponíamos, de ir a los mercados de San Miguel, Magdalena y Breña, este último muy conocido por mi esposa, por haber vivido muchos años en este distrito. Nos acostumbramos a que la carne de res la encontrábamos mejor en Breña, aunque no en el mercado, sino en la tienda de un carnicero de ascendencia oriental que quedaba a algunas cuadras del mercado; en este último, comprábamos pescado y algunas frutas y verduras. El grueso de frutas y verduras -mientras vivíamos en esos lares, llegamos a ser padres de los dos únicos hijos que hemos tenido, a los que había que incluirles en su alimentación diaria frutas y verduras-, así como los productos de bodega, los adquiríamos en el mercado de Magdalena. En el de San Miguel, era muy poco lo que comprábamos, generalmente algo menor, de lo que nunca puede dejar de recordar la señora cuando ya estábamos camino de regreso al hogar.
Cuando estábamos cerca a cumplir los seis años de casados, pudimos, ¡por fin!, cumplir con nuestro hasta entonces mayor objetivo: compramos la casa en que vivimos, hasta ahora, en La Molina. Entonces, yo me sentí logrado, como varón: había adquirido, para mi esposa y mis hijos, una casa propia. En realidad, no era tan así, porque el hecho de que mi esposa trabajara entonces en una Mutual de Vivienda, implicaba que le hicieran el préstamo hipotecario -necesario para financiar la compra del inmueble- a un interés bajísimo para la época (6 % anual), lo que yo no podía obtener en el mercado inmobiliario. Por lo tanto, los dos esposos pusimos de nuestra parte para concretar tal adquisición.
Volviendo a los “mercados semanales”, cuando nos instalamos en nuestro nuevo hogar, nos dimos con la ingrata sorpresa de que prácticamente no habían mercados cercanos, como le gustaban a mi esposa -surtidos con gran variedad de productos comestibles para el hogar y a precios accesibles, no exorbitantes-, motivo por el que tuvimos que seguir haciendo nuestro recorrido habitual los domingos para efectuar nuestras compras de mercado.
Sólo de un tiempo relativamente corto a la fecha, entre cinco y diez años -nosotros ya tenemos más de cuarenta y un años de casados-, han aparecido nuevos mercados cercanos, lo que ya no me obliga a movilizar como antes a mi señora, para hacer sus compras semanales; pero siempre, seguramente por hábito, voy acompañándola a hacerlas, aunque ahora ya soy sólo su “cargador y paganini”, porque vendí mi automóvil al no tener que desplazarme mayormente lejos de mi lugar de residencia.
El supuesto ahorro que esperábamos poder hacer cuando fuimos a vivir a mi hogar paterno, nunca fue posible, porque muy pronto nos dimos con la ingrata sorpresa de que la suma de nuestros sueldos mensuales no alcanzaba el presupuesto con el que debíamos cubrir nuestra vida hogareña, a pesar de ser mi esposa secretaria de un jefe de departamento y yo ingeniero de profesión. Felizmente, cuando ya teníamos del orden de tres o cuatro años de casados -pero ya no vivíamos en la casa de mi padre-, a todo el personal de la empresa en la que trabajaba, especialmente a los profesionales, nos mejoraron sustancialmente el sueldo -en mi caso más que lo duplicaron-, por lo que pude afrontar la parte que tocó a mi responsabilidad en la adquisición de nuestra casa.
Considero que ambas situaciones, que se presentaron casi al inicio de nuestra vida conyugal, sirvieron para establecer una muy buena comunicación entre ambos, lo que para mí ha sido el verdadero pilar de nuestra duradera y feliz unión.
Gracias Chabela por lo bien que, en general, calificas normalmente mis escritos. Al referirme a mi papá, he querido de alguna forma dar a conocer que, a pesar de haber sido yo formado por él, es decir según la escuela antigua, no llegué a actuar como lo hacía, por determinadas circunstancias de la vida que así lo determinaron y que yo agradezco a Dios haberlas puesto en mi camino en la vida, porque mis tiempos han sido y son diferentes a los de nuestro padre; no dudo que en su viudez, él fue accesible y, por lo tanto, diferente a como lo fue con mi mamá, aparte de que fue formado para actuar de una forma con su esposa, lo…
Qué bueno lo de la comunicación y entiendo comprensión de ambos, son 41 años ya, parece que fue ayer. En cuánto al Jefe del hogar, mi Papá , desde el primer contratiempo de salud fuerte de nuestra querida Mamá dejó de lado su orgullo varonil y aprendió a comprar en los mercados, luego al quedarnos sin Ella, fue mi Papá, quién siempre compró - primero diario y luego cada cuatro días. Con sinceridad El fue accesible en la etapa de su viudez.
Volviendo a tu Columna celebro el buen matrimonio de ustedes, espero que en el hogar haya por siempre la comprensión,respeto, salud y mucho AMOR.