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Foto del escritorAlfonso Abad Porras

LA PRESION SOCIAL

Un factor que puede ser muy importante, si interviene en una toma de decisiones, es el título de la presente Columna de Opinión: La Presión Social. ¿Por qué?, porque a quien o quienes toca esa toma de decisiones mencionada, las más de las veces les resulta tan importante, que no se pueden sustraer a su influencia.


Si tratamos de visualizar su acción en una toma de decisiones política donde probablemente abarca a más personas, dependiendo del momento que esté atravesando el ente que ha de decidir, la presión que se ejerza sobre este último puede orientar de manera crucial lo que se espera, independientemente de si lo que ha de hacer o disponer sea o no el mejor de los resultados para quienes lo requieren.


Naturalmente que no es fácil conseguir una respuesta masiva que se convierta de alguna manera en una acción de presión social; sin embargo, esporádicamente ocurre que algo o alguien que no debiera impactar en las masas de modo de generar un acto de presión social lo hace y, cuando es así, el movimiento de presión que origina resulta verdaderamente arrollador, convirtiendo a una persona hasta ese momento anodina o, a un hecho fortuito, en alguien o algo en adelante sumamente resaltante.


Supongo que para los sicoanalistas y los siquiatras esto tendrá una explicación que a los profanos nos es negada, pero estoy seguro que, siguiendo con la política, para muchos es y ha sido algo que en todas sus actividades proselitísticas les ha sido inalcanzable. Sin embargo, si les hubiera llegado a tocar en suerte encontrar ese “algo” que de alguna manera arrastrara multitudes y se convirtiera, en sus manos, en un medio de presión social, se habrían convertido -o, se convirtieron- en líderes de multitudes.


Algo así, supongo que le tocó en vida al líder aprista Alan García Pérez, a quien muchos calificábamos de “encantador de serpientes”, porque tenía una habilidad muy especial -probablemente innata- para convencer a la audiencia a la que se dirigiera; cabe también la posibilidad de que él haya encontrado la clave del éxito para hacer sus alocuciones. No pretendo decir que engañara a nadie ni que fuera el “dueño” de la verdad, pero sí, que tenía un don de convencimiento tal, que lo que pretendía se convertía, posteriormente a “vender” su idea, en un arma de presión social.


Mis distinguidos lectores, probablemente, encontrarán falto de justificación mi interés en tratar este asunto, bastante insulso para la mayoría seguramente, por lo que a continuación trataré de explicarlo, así como el motivo principal para que les presente esta columna con periodicidad semanal, hasta hoy nunca interrumpida desde que la inicié, hacen tres años y tres meses al momento de publicar la presente.


En mi vida personal, han coincidido en un momento del tiempo algunos conceptos que me han llevado a presentarles esta publicación, a saber: de toda la vida, mi mayor inclinación siempre ha sido escribir; lo he querido hacer en diferentes momentos de mi vida pero, por diferentes razones sobre las que no tiene sentido abundar no lo logré, al menos con la dedicación y la duración que hoy estoy aplicando. Hace mucho tiempo que considero necesario que se haga notar una serie de deficiencias que se presentan constantemente en nuestro país, no solamente en Lima sino en toda la república, tanto en lo que se hace, como la forma o el procedimiento para hacerlo; asimismo, en lo mucho que hay por corregir o enmendar: ¿por qué no puedo hacerlo yo?; no únicamente, pero sí yo. Constantemente he escuchado de la “presión social” y, de un tiempo a esta parte -con la aparición de internet y las consecuentes redes a nuestra disposición-, de la que se puede ejercer vía redes sociales.


Algo más de similar importancia que sucedió a lo largo de mi vida, fue que nuestro fallecido actor y director de teatro y telenovelas, Ricardo Blume, escribió durante un tiempo no muy largo -para mi gusto- una columna semanal en la página editorial del diario El Comercio, del cual era y soy cotidiano lector, un espacio al que denominó “Como cada jueves”. Mucho me gustaba lo que escribía y cómo lo hacía; al llegar a la conclusión de que yo podía y debía escribir lo que he dado en llamar Columna de Opinión, desde la primera publicación, he tratado de emularlo, tanto en tocar asuntos de actualidad, como en evitar al máximo los temas políticos. Sobre la calidad o similitud con lo que escribía el señor Blume, no me toca a mí opinar.


Creo que salta a la vista mi propósito: mis publicaciones se refieren, mayoritariamente, a situaciones que requieren alguna forma de corrección y/o a acciones a tomar sobre la cuestión de que se trate. Siempre, trato de hacer ver en qué consiste el problema, para luego sugerir la forma de solucionarlo; a veces, más de una. Pretendo, entonces, alcanzar la suficiente acogida como para generar movimientos sociales, vía redes, que presionen a quienes deben llevar a cabo las correcciones o mejoras planteadas, no necesariamente las sugeridas si las mismas no son practicables.


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