Era la época de preparación para la venta a una transnacional extranjera de la empresa para la que trabajaba como Jefe de Departamento de Planta, etapa en la que todos los funcionarios andábamos recargados de trabajo por la preparación de informes de diversa índole, aparte del trabajo normal que, en este caso, las áreas operativas debían efectuar. Se me había asignado la elaboración de un informe que mostrara el avance de los diversos procesos del Departamento a mi cargo, el mismo que debía servir de modelo posteriormente a las demás áreas operativas similares a la que yo tenía a mi cargo.
Cumplí con la indicación recabando información de las áreas de la Gerencia, de la que la mía también formaba parte, que debían brindarla para el informe en cuestión, para luego ir hacia otro edificio de la empresa a presentar el “borrador” del informe a un alto funcionario del área operativa. Este, ingeniero de profesión y compañero de estudios mío en las aulas universitarias, me lo recibió, lo miró con algún detenimiento, para decirme de inmediato: “Está bien, pero no sirve; tienes que volverlo a hacer”. Sumamente decepcionado por esa respuesta, regresé a mi oficina para tratar de ubicar y comunicarme telefónicamente con el Gerente de mi Area, quien estaba ejerciendo sus funciones en otro edificio de la compañía en el que se había detectado una fuerte sustracción de dinero. Al lograr hablar con él, haciéndose cargo de la hasta cierto punto “delicada situación” en que me encontraba, me encargó convocar a una reunión de los cinco Jefes de Departamento que dependíamos de él, en su oficina, a las seis de la tarde.
Lo defectuoso de mi “informe”, que dio lugar a ese “no sirve” que recibí como respuesta al someterlo a consideración, era que había preparado un documento de mucha redacción, en el que las cifras indicativas de las informaciones requeridas se diluían. Mi Gerente, ingeniero industrial de profesión, le dio forma de una tabla o cuadro en el que se vaciaron todas las cifras informativas esperadas y que sirvió de modelo para los informes que debían elaborar las demás Gerencias de Area de Operaciones. Si bien esto es el breve resumen de lo que se logró hacer y no sólo contó esta vez con el beneplácito del alto funcionario mencionado anteriormente, sino con los de los demás que debían aceptarlo, su elaboración nos significó a quienes participamos en la misma, trabajar hasta horas de la madrugada, en época de toque de queda, debiendo regresar a nuestros hogares en fila y escoltados por un vehículo policial.
El hecho de haber trasnochado, no era motivo para llegar al día siguiente tarde al trabajo, por razones del cargo de jefatura que cada uno ocupaba, por el momento que se vivía en la empresa y por, en mi caso, tener que movilizar a mis dos hijos a su colegio a la mañana siguiente y a una hora temprana. Demás está decir que cumplí con mis responsabilidades, porque así tenía que ser pero, en la tarde, cuando llegué a mi domicilio, lo único que quería era dormir. Cabe mencionar que, estando aún en mi oficina, mi esposa me llamó (aún no había telefonía celular o esta no había llegado al Perú) para decirme que iba a ir de visita donde un matrimonio amigo, “con los chicos”, nuestros hijos.
Como decía, apenas llegar a mi casa busqué mi cama y, a dormir se ha dicho…… No sé cómo ni por qué, me desperté cuando estaba amaneciendo y, de pronto, me di con la sorpresa de que ni mi esposa ni mis hijos estaban presentes. Muy rápidamente, me despejé del todo y, al no saber qué hacer, empecé a llamar por teléfono, primero a un compadre y amigo muy cercano a mí; me contestó la empleada doméstica, quien me dijo que él se encontraba afuera limpiando su auto. Me sorprendió que, a una hora tan temprana lo estuviera haciendo, pero no consideré oportuno interrumpirlo. Acto seguido, llamé a un sobrino de mi esposa, al que le conté que ella, con mis dos hijos, habían ido la víspera de visita a casa de una amiga que él también conocía: se preocupó mucho, dando por sentado, como yo mismo, que no se habrían quedado toda la noche donde la citada amiga, por lo que algo malo les debería haber pasado. Quedó en consultar con otro amigo también conocido por mí, sobre qué hacer de inmediato y llamarme para actuar en consecuencia.
En esa espera, necesité sentarme a pensar, por mi parte, sobre lo que estaba pasando; de pronto, impensadamente, miré mi reloj y, si bien no recuerdo la hora que marcaba, percibí algo inusual en el: desde que mi esposa y mis hijos me lo regalaron, ese reloj (que aún llevo en mi muñeca, precisamente por ser regalo de ellos) tenía una falla, no cambiaba el fechador numérico (aún no lo hace, ni lo hará, excepto que lo lleve a reparar, algo que no creo llegue a hacer), pero sí en cambio el día de la semana correspondiente; en esa oportunidad, no lo había hecho. Recuerdo que pensé que se había malogrado también esa característica del reloj. Supongo que de pronto reparé en que aún no terminaba de amanecer (no aclaraba el día) y, poco a poco, muy lentamente, tomé conciencia de que no estaba amaneciendo el nuevo día, sino que estaba anocheciendo el mismo día en que había llegado sumamente cansado a mi hogar, había dormido profundamente y mi esposa había ido llevando a mis hijos de visita a casa de un matrimonio amigo.
Todo esto lo cuento, con el nivel de detalle que me he permitido aplicar, para decir, con absoluta convicción, que Dios, en su infinita bondad, me permitió, en esos breves momentos que para mí fueron larguísimos, que supiera qué era lo que me estaba dando y podía perder, si El así lo determinaba y/o yo me lo llegaba a merecer como castigo. Es parte de lo mucho que siempre le agradeceré.
Comments