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Foto del escritorAlfonso Abad Porras

JUAN GUILLERMO MORE

El héroe nacional a quien está dedicada esta Columna de Opinión, Juan Guillermo More Ruiz, nació en Lima, el 27 de febrero de 1836, en el hogar conformado por Sir John More, un noble escocés (algunos autores se refieren a él como comerciante escocés) y la dama ayacuchana Dolores Ruiz. Debido a las exigencias del negocio de su padre, durante su infancia vivió alternadamente en Lima, Ayacucho, Pisco, Chincha e Ica. En 1842 su familia se trasladó a Londres, donde inició sus estudios que debió interrumpir tres años después debido a la muerte de su padre. En 1850 ingresó a la armada británica en calidad de aspirante.


En 1854, se embarcó como guardiamarina a bordo de la fragata peruana Apurímac que por entonces era construida en los astilleros londinenses y que arribó al Callao el 12 de noviembre de 1855. Ese mismo año fue ascendido a alférez de fragata. Sirvió sucesivamente en la goleta Izcuchaca y el vapor Huaraz. Ya como teniente segundo, participó en la toma de Guayaquil, durante el conflicto con Ecuador (1859-1860); por su desempeño en dicha guerra, ascendió a teniente primero en 1861. Fue luego comandante del bergantín Guise y de la barca Iquique, participando de la medición de las islas guaneras del norte.


Durante el conflicto con España, participó en el combate naval de Abtao del 7 de febrero de 1866, y por su actuación mereció ser ascendido a capitán de corbeta. Fue nombrado comandante de la recién adquirida corbeta Unión el mismo 1866. Fue parte de la oficialidad que viajó a los Estados Unidos en 1868 para traer a los monitores Manco Capac y Atahualpa, asumiendo la comandancia de este último. Sorteó la difícil travesía hacia el Callao, vía el Océano Atlántico y el Estrecho de Magallanes. Tras año y medio de recorrido, los monitores llegaron al fin a costas peruanas, en junio de 1870, culminando una misión que fue considerada entonces como una hazaña naval, More fue ascendido a capitán de navío.


En 1874 fue nombrado comandante de la fragata Independencia. Mientras desempeñaba esta función, en 1877 fue designado Comandante General de la División de Operaciones del Sur, así como encargado de la captura del monitor Huáscar que se había sublevado, bajo el mando de Nicolás de Piérola, contra el cual libró el combate de Punta Pichalo.


Al estallar la Guerra del Pacífico formó parte de la Primera División Naval y se le dio el mando de la fragata Independencia, con la cual partió hacia el sur junto al monitor Huáscar, comandado por Miguel Grau. Durante el combate naval de Iquique el 21 de mayo de 1879, inició la persecución de la goleta chilena Covadonga, la cual huía navegando cerca a la costa. Intentando hundir a la goleta chilena, primero con la artillería y después con el espolón, su nave chocó accidentalmente contra un peñasco submarino que no se hallaba registrado en las cartas, a diez millas al sur de Iquique, en Punta Gruesa, deteniéndose y escorándose a estribor sin hundirse. La Covadonga regresó, entonces, para ametrallar a los náufragos, mientras la fragata encallada contestó los fuegos primero con los cañones hasta que los cubrió el agua, luego con las ametralladoras de las cofas, rifles y revólveres de la tripulación que aún se encontraba en cubierta. Cuando el Huáscar llegó al lugar, tras derrotar y hundir al buque que enfrentaba, aún quedaban 20 hombres a bordo de la fragata -entre ellos More- quienes intentaban incendiar su nave sin éxito por haberse humedecido la pólvora. Tras poner en fuga a la goleta Covadonga, el Huáscar rescata a More, quien junto con la tripulación sobreviviente de la Independencia, pasó al transporte Chalaco, a cuyo comandante, Manuel Villavicencio, le dijo: "He perdido el buque que la nación me confió, asumo la responsabilidad, y pagaré con mi vida el desastre".


La adrenalina del combate y la exasperación por la desastrosa puntería de los servidores de la artillería hicieron que More centrara su esfuerzo exclusivamente en el empleo táctico del espolón de su unidad. El deplorable alistamiento de a bordo era el fiel reflejo de los requerimientos desatendidos por años, al extremo de que la Independencia, sin otra alternativa, se había hecho a la mar con entrenamiento nulo. De ahí la crucial importancia de que esas tareas, y otras relacionadas, se hagan en tiempo de paz, porque hacerlas durante la guerra, como escribiera el mariscal Ferdinand Foch, es demasiado tarde.


Asumió así el comandante un riesgo extremo por la proximidad a la costa. En su apretado análisis de la situación entendió que no podía permitirse la fuga de uno de los buques de la escuadra que, emulando a La Española de 1865 en Valparaíso, había bombardeado inmisericorde nuestros puertos y caletas del sur, que no contaban con capacidad de respuesta, matando a civiles y aún a niños.


Por cierto que hacer uso del espolón aquella mañana de mayo no fue, como se puede creer muchas veces, una medida extrema e inusual en la guerra naval de aquella época a la que tuvieron que recurrir Grau y More. Por el contrario, el ariete estaba incorporado al casco de los buques de guerra de ese entonces como arma principal de a bordo, junto con la artillería. En su clásico Táctica de Fota, el capitán de navío US Wyne Hughes, afirma que el espolón en la Batalla Naval de Lissa, en 1866, probó ser un arma eficiente para el combate. Lo propio sostiene el historiador norteamericano Michel A. Palmer en su obra Comando en el Mar: “Lissa está relacionada intrínsecamente con el espolón. El éxito austriaco aseguró la transformación de la embestida en una táctica naval aceptada e influyente en el diseño de los buques de guerra posteriores a esa batalla”.


Poco después de la tragedia, el comandante de la Covadonga, Carlos Condell, que escapó fortuitamente de las garras de la fragata peruana, más allá del aprovechamiento táctico al que estaba obligado a recurrir frente al encallamiento del buque enemigo del que huía, se ufanó, fatuo, de una victoria ficticia e impostora, que no es otra cosa que el artero fusilamiento de los náufragos de la Independencia.


Seguro en Valparaíso, Condell no tiene escrúpulos para declarar a la prensa de su país que More se ha rendido y que éste, a viva voz, le pidió salvar a su gente, a lo que él accedió gustoso. Una mentira ruin que no sólo busca convertir en mérito profesional lo que el azar le ha obsequiado, sino que también pretende adornar su triste faena, con fingidos tintes de humanidad, tal vez queriendo vanamente emular a Grau.


More en una carta excepcional que honra su memoria y muestra la fortaleza moral de su fibra interior, le contesta: “…..Resumiendo pues, todo lo expuesto es falso, calumniosamente falso; que Ud. se hubiese entendido conmigo en el combate y después del combate: Ud. huyó del campo a la aproximación del “Huáscar”; el cual, como consta en documentos fehacientes, se avistó dos horas después de haberse marchado Ud. y una fatal casualidad favoreció su salvación y la de su buque. Ha debido Ud. ser más mesurado en su parte oficial y respetar el valor y patriotismo de los que siempre generosos, aún con los enemigos desleales, le habrían hecho a Ud. justicia si la suerte no les hubiera sido adversa en medio de su indisputable victoria.


Finalmente, señor Condell, la guerra a que ha sido injustificablemente provocado mi país y su noble aliada la República de Bolivia, quizá se prolongue por un tiempo indeterminado; en cuyo caso no es dudoso que el desgraciado comandante de la Independencia tenga oportunidad, cualquiera que sea su condición, de demostrar a Ud. y a todo Chile, de cuánto es capaz el que nunca faltó a sus deberes, ni como caballero ni como patriota”.


More tuvo que volver por tierra hasta Iquique junto con los sobrevivientes de su buque. Enjuiciado, permaneció en el puerto de Arica, donde fue finalmente absuelto pero no se le permitió el mando de otra unidad naval. Para rehabilitarse del error, que produjo la pérdida de su buque, More se presentó como voluntario para colaborar en la defensa de Arica.


Desde la pérdida de su nave, More buscó su muerte en combate casi con obsesión. El coronel Francisco Bolognesi, jefe de la defensa de Arica, le tenía alta estima y le hizo concurrir a las juntas de guerra en las cuales se acordó no rendirse ante el enemigo. More pidió y obtuvo un sitio entre los defensores de Arica, confiándosele los fuertes del Morro con las Baterías “Alta” en la planicie superior del mismo, y la “Baja”, servidas por los antiguos tripulantes de la Independencia. Al igual que todos los defensores de Arica, cumplió la promesa de pelear hasta disparar el último cartucho, rechazando airadamente las intimaciones de rendición: sosteniendo en sus manos un revólver y una espada, se batió hasta que cumplió su promesa al Perú, cuando una bala enemiga le segó la vida el 7 de junio de 1880. Sus restos fueron trasladados a Lima en julio de 1880 con los de Bolognesi y del teniente coronel Ramón Zavala; desde 1908 se encuentran en la Cripta de los Héroes del Cementerio Presbítero Matías Maestro de Lima.


More fue llevado a juicio marcial y puesto preso en Arica. Desde el colegio, a varios nos quedó el recuerdo del pobre hombre que perdió la mejor nave de la armada, con la que tal vez hubiéramos vencido a los chilenos; para muchos sigue siendo eso. Pero don Juan Guillermo se enroló nuevamente como voluntario, y combatió junto a Bolognesi en la defensa de Arica. La película ‘Gloria del Pacífico’ rescata una escena que hace temblar de la emoción: cuando More le confiesa a Bolognesi, vestido con traje de la época, que no se merecía llevar las insignias de militar, pero que pelearía con él “hasta quemar el último cartucho”. Así fue; según contaba un historiador, aquel día llevaba puesto su traje de gala, el que tenía más luces: quería atraer hacia sí los tiros del enemigo. Las crónicas de El Mercurio y otras fuentes dan cuenta de su arrojo y valor. Por última vez se rio en la cara de la muerte y ordenó prender el polvorín para reventar a todos dentro del morro, chilenos y patriotas; nuevamente el destino quiso jugar con él: el fulminante falló, no reventaron las minas. Revólver en mano, aún humeante el acero, fue encontrado su cuerpo. El honor recuperado y un brillo en sus ojos muertos, el resplandor heroico de los que dan la vida por sus causas. Hoy su cuerpo reposa en la Cripta de los Héroes y el de la Independencia en el fondo del mar de Iquique.


Esta apretada biografía de la vida, injustificada vergüenza y sacrificio por la Patria de uno de los héroes del Perú y, a la vez, víctima de los contubernios y la simultánea dejadez de los políticos de entonces, en el gobierno de Mariano Ignacio Prado -por ejemplo, la Independencia tuvo que hacerse a la mar para pelear en la Guerra del Pacífico con personal que carecía completamente de preparación, lo que lo obligó a tratar de espolonear a la Covadonga dada la pésima puntería de sus subalternos; ni el Gobierno ni el Parlamento se ocuparon de preparar la defensa de la Patria, los primeros, ni de fiscalizar su inoperancia los segundos-, la hago tema de esta publicación, al haberme enterado recientemente de que en mi promoción universitaria contamos con un sobrino nieto del héroe, quien incluso nos alcanzó un verdadero resumen -mucho más apretado- de lo que fue su tío abuelo.


¡Honor y Gloria al Héroe!


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