En el Perú estamos acostumbrados a que, si se produce un cambio de Gobierno, con reemplazo del partido político que ostentaba el poder -cambio también normal en nuestro país: lo contrario, sería sorprendente-, el nuevo partido a cargo del Ejecutivo impone a sus correligionarios en prácticamente todos los cargos públicos de jefatura -y con sueldos apetecibles- que existen. Es tan usual, que a nadie sorprende y, a la vez, sabemos que los nuevos funcionarios sienten que les llegó su “cuarto de hora” y tienen que aprovecharlo al máximo; “de rey a paje” y con todos los funcionarios de mayor nivel haciéndose “de la vista gorda” para poder, ellos también, medrar a su antojo. Mientras están en los cargos que les han “tocado en suerte”, hacen lo que quieren, cuando quieren, mientras que nadie se atreve a discutirles su accionar, ni a refutar una sola de sus disposiciones.
Hubo una oportunidad, en mi vida laboral y profesional, que “me tocó en suerte”, vivir una experiencia como lo descrito anteriormente. La mayor parte de mi desarrollo profesional la efectué en la entonces Compañía Peruana de Teléfonos S.A. (CPTSA); ésta, era una empresa privada, cuyos accionistas mayoritarios (por número) éramos los abonados telefónicos de la denominada Gran Lima (incluyendo al Callao). Sin embargo, dado que era imposible reunir en un solo evento a entre 250 mil y 300 mil abonados accionistas para, por ejemplo, elegir a cada nuevo Directorio y Gerente General, así como que el Estado tenía casi el 20 % de acciones de la CPTSA, se arrogaba la potestad de elegirlos y, de acuerdo a ello, funcionábamos, en muchos aspectos, como empresa pública.
El primer Gobierno de Alan García comenzó el 28 de julio de 1985; si no recuerdo mal, entre agosto y setiembre del mismo año nombraron, entre otros cargos, a Pedro … (permítaseme llamarlo así, porque no creo pertinente identificarlo a plenitud), ingeniero electrónico egresado de la UNI una o dos promociones antes que la mía, a quien no conocía, que tenía afiliación política en el nuevo partido de gobierno. Para su ingreso a la CPTSA, fue nombrado Gerente Central de Desarrollo, uno de los cargos más importantes debajo directamente del Gerente General de la empresa, también miembro del partido aprista.
El episodio que motiva esta Columna de Opinión, se refiere a un proceso de licitación para suministro de armarios de distribución, equipos importantes en la red exterior de la planta telefónica. Se nombró formalmente el comité de evaluación para dicho proceso, el mismo que procedió a llevar a cabo su trabajo, como era usual. El Presidente de dicho comité de evaluación, un ingeniero que tenía a su cargo el Departamento de Normas Técnicas de Planta Externa, emitió el informe correspondiente, dando un resultado acorde con la evaluación realizada por el equipo multidisciplinario nominado al efecto, absteniéndose de evaluar a una de las firmas postoras, porque no había presentado un prototipo físico del equipo a evaluar. No lo eliminó, a pesar de que las bases de la licitación lo disponían en un caso así, porque tuvo la oportunidad de informarse de que el recién nombrado Gerente Central de Desarrollo auspiciaba, silenciosamente, a la firma que no fue calificada por el comité de evaluación, precisamente la que no presentó prototipo físico del equipo a evaluar.
Como consecuencia de esa decisión del comité de evaluación, Pedro decidió formar un Comité de Opinión Técnica, para que superara la “omisión” del comité de evaluación, que no había calificado a una firma postora formada por capitales peruanos -motivo por el que Pedro decía que dicha firma presentaba a la licitación un producto también peruano, lo que no era así, porque ofrecía importar el equipo que ofrecía-. “Naturalmente”, como yo no estaba presidiendo en el momento ningún otro comité de evaluación -lo había hecho previamente en reiteradas ocasiones, por lo que no podía resultar extraño que se me nombrara-, fui designado Presidente del nuevo Comité de Opinión Técnica -nunca antes hubo un comité con esa denominación, así como tampoco posteriormente otro comité con esa denominación, hasta donde me ha sido dado saber-.
A esas alturas, ya era ampliamente conocido lo que había pasado en el proceso de evaluación, así como que hasta el momento no había sido designado el ganador de la misma; también, que Pedro tenía enorme interés en asignarle la buena pro de la licitación a una firma “nueva” y, que la misma había incumplido la presentación del prototipo requerido. Como era obvio, el que menos se “hacía cruces” sobre lo que pasaría con el Presidente de la nueva comisión: yo.
A efectos de emitir un informe final debidamente sustentado, requerí formalmente a las áreas que tenían que ver con la adquisición a efectuar, es decir diseño, construcción, mantenimiento, almacenes y financiera, que me remitieran un informe por área, indicando los pros y los contras del equipo en cuestión -a la sazón, la firma postora ya había presentado un equipo importado-. El informe final fue casi totalmente negativo hacia el prototipo evaluado, con la única excepción del representante de almacenes -que, como su nombre lo indica, lo que hacía con el equipo era guardarlo (almacenarlo) apropiadamente y entregarlo al usuario -construcción o mantenimiento- cuando lo requirieran para su instalación.
Pedro, literalmente, puso “el grito en el cielo”; me convocó a su oficina para recriminarme por no haber querido aprobar un equipo de manufactura local -lo que ya indiqué no era cierto-, así como por no haber querido atender a “sus pedidos”, a “sus ruegos”; que “me había implorado” que aprobara esa propuesta y yo, simplemente, me había negado. Mi hijo mayor, que en ese entonces tenía seis años de edad, había aprobado su ingreso, con muy buena ubicación, al colegio Alexander von Humboldt; en el camino a recibir el trato que acabo de anotar, yo iba pensando que lo más seguro era que Pedro dispusiera mi despido de CPTSA, con lo que se frustraría no sólo un auspicioso porvenir para mi hijo, sino otro similar para mi hija menor (tengo dos hijos), porque al ser estudiante del Humboldt mi hijo, haríamos todos los esfuerzos necesarios para que ella también estudiara en el mismo colegio. Si Pedro materializaba mi despido, mis posibilidades económicas ya no serían las mismas, por lo que probablemente sería imposible para mí que ellos estudiaran en tan renombrado colegio peruano-alemán.
Tanto me dijo Pedro en aquella entrevista, que no me quedó más remedio que contestarle de esta manera: Pedro, si tanto interés tienes en que esa firma sea la que nos venda los armarios de distribución y yo no tengo motivos para modificar el informe final, hay una forma muy fácil de hacerlo, envíame un memorándum ordenándomelo y, de inmediato, lo hago. Pedro se ofuscó más aún y me contestó que esa forma de ofrecer el cambio del veredicto de la comisión que me tocó presidir era una falta de respeto. Allí, terminó la reunión y el episodio que he querido referirles; felizmente, para mis deseos y necesidades, Pedro no me obligó a dejar mi puesto de trabajo en la antigua CPTSA y mis hijos estudiaron, ambos, toda su etapa escolar en el colegio alemán Alexander von Humboldt.
Sin embargo, esto no es sino un botón de muestra de cómo se hacen muchas cosas en nuestro país. Hoy, que nos encontramos en la necesidad de hacer cambios para mejorarlo en muchos aspectos, deberíamos también incluir métodos y procedimientos que generen líneas de carrera que garanticen que las personas idóneas ocupen los cargos para los que son formados, así como que haya respeto a la persona humana, sea cual sea el lugar que ocupe en la organización a la cual brinda sus servicios, profesionales o no; que los partidos políticos, en fin, no tengan derecho ni posibilidad de usurpar cargos y funciones para los que, las más de las veces, la única razón que tiene cualquiera de sus afiliados para ser ubicado en tal o cual puesto de trabajo, es el padrinazgo, el tarjetazo o la afiliación partidaria.
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