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Foto del escritorAlfonso Abad Porras

HEROES DE LA CUARENTENA

El tema del día, desde hacen ya más de los que todos quisiéramos, es la pandemia, el coronavirus, el COVID-19; todas esas denominaciones, cada una con su significado propio, representan una sola cosa: motivo de temor, hasta de pánico si nos dejamos ganar. Aún así, no creo que hayamos aprendido a convivir con las noticias, como hacen no tantos años aprendimos a hacerlo con el terrorismo y sus sanguinarias manifestaciones; es que, entonces, la lucha era contra un enemigo tangible, al que se esperaba que los recursos de seguridad nacional estuvieran en capacidad de combatir, aunque fuera más tarde que temprano respecto a nuestros deseos.


Actualmente, la lucha es contra un enemigo intangible, porque el común de las personas sabemos que un virus, el coronavirus, es causante de una enfermedad que va matando gente por donde quiere; sin embargo, no lo podemos ver, no sabemos dónde está, para nosotros es invisible.


Así y todo, el Presidente de la República, Martín Vizcarra, comandando a un ejército de autoridades, funcionarios, profesionales y personal de campo, con los Ministros de Estado como caras visibles del mismo, ha decidido enfrentarlo, dictando inicialmente disposiciones para aplicar al país en su conjunto, entre las que destaca una “cuarentena” -que el devenir de los días y el de las noticias internacionales está demostrando absolutamente imprescindible-, además de mantenerse en comunicación diaria con la población para hacer un análisis de lo ocurrido en las últimas veinticuatro horas y dictar nuevas normas que enmienden o mejoren las anteriores, así como llenen vacíos que las iniciales no cubrieron.


Dentro de los diversos grupos de trabajo involucrados en esta difícil tarea, se ha mencionado especialmente a las fuerzas policiales y militares, así como a los profesionales médicos y sus equipos de colaboradores, que afrontan directamente el mal, en ambos casos. A ellos, especialmente, se ha dado en rendirles un pequeño homenaje: un día, se nos pidió que a las ocho de la noche saliéramos a las ventanas de nuestras casas y aplaudiéramos, que era para ellos.


Creo que no sólo ellos se merecen este aplauso; también, los trabajadores de los llamados “servicios esenciales”, los de limpieza pública, los que deben servir de vigilantes de las propiedades de medianas y grandes empresas; los que coadyuvan, en fin, para que, a pesar de la paralización del país que estamos viviendo, sintamos que no está paralizado totalmente.


Hay, sin embargo, un gran grupo que no es precisamente invisible, que a todos nos permite seguir “conectados” con el mundo exterior: los periodistas. De no ser por ellos, no estaríamos al tanto de las disposiciones gubernamentales sobre la pandemia que nos está atacando; tampoco, de lo que ocurre a nivel internacional; de cómo va evolucionando esto del COVID-19; de nada. Ellos, cada uno desde la posición de trabajo que le toca desempeñar, tienen un desempeño encomiable, loable, resaltable; es cierto que ese es su trabajo, pero lo hacen creo yo que con todo cariño, porque no sólo no demuestran desgano, sino que, más bien, manifiestan cariño por lo que están haciendo: Una mañana, alrededor de las diez, la locutora de noticias de un canal de televisión preguntó, entre otras cosas, al reportero de calle a qué hora había comenzado su jornada laboral, a lo que éste último respondió como algo muy natural, “anoche, a eso de las diez de la noche, un par de horas después de que empezara el toque de queda (de ocho de la noche a cinco de la madrugada del día siguiente)”; traté de encontrar alguna muestra de cansancio o de querer terminar esa larga jornada laboral en el reportero y no lo logré, supongo que su equipo acompañante, camarógrafo y chofer, tenían la misma actitud.


Creo que es mucho lo que tenemos que agradecer, desde el Presidente de la República hasta el último trabajador de recojo de basura, pasando por todos los mencionados en esta apretada lista y por aquellos de quienes involuntariamente me olvido; todos y cada uno, desde su ubicación en esta guerra que nunca hubiéramos querido luchar, son dignos de reconocimiento, aplauso y agradecimiento, independientemente de que el cargo que ocupan los obligue a estar al pie de su respectivo “cañón”.


Desde este rincón, les alcanzo mi emocionado saludo y respeto, así como mi mayor deseo y oraciones para que la pandemia no los alcance.



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