Hubo una época en el Perú, con mayor ocurrencia en Lima y de vigencia aproximada entre los años 1980 y 2010, que existieron las cadenas de tiendas para productos a granel de los hermanos Wong. Entre sus eslóganes más usados, tenían dos: “Donde comprar es un placer”; y, “Precios más bajos, siempre”. De manera general, ambos se cumplían.
Hasta donde puedo recordar, fue el primer supermercado de ese tipo en el que no cobraban por las bolsas en las que entregaban al público las compras efectuadas: no es que las mismas no costaran, ni que los dueños del establecimiento las regalaran; es, que su costo lo “diluían” en el de los productos que vendían -recuerdo que, como por motivo de trabajo mi esposa y yo sólo hacíamos compras de mercado los fines de semana, nos acostumbramos a ir al mismo con una canasta de dimensiones aparentes para el volumen de compras a realizar, porque nos mortificaba tener que pagar (prácticamente, “botar” el dinero respectivo, independientemente de su monto) las bolsas en las que podríamos portar nuestras compras al salir del supermercado, hasta que apareció la cadena de tiendas Wong (posteriormente, aparecieron otras cadenas de supermercados, igualmente de los Wong)-. Asimismo, también el primero en el que los empleados que normalmente nos ayudaban con el traslado de nuestras compras hasta donde hubiéramos aparcado el vehículo o donde fuéramos a tomar un taxi hasta nuestro domicilio, no nos aceptaban propina.
Con sólo esas dos muestras de cortesía, más la honestidad de su personal a toda prueba, los Wong “rompieron mercado” y consiguieron que la mayor parte de los consumidores los prefiriéramos. Lamentablemente -lo digo como parte del público usuario de sus servicios- llegó el día que los hermanos Wong decidieron dejar este rubro de negocios y vendieron las cadenas de tiendas a la chilena Cencosud. Debo aclarar que no tengo motivo alguno para sentir enemistad por algo o alguien proveniente de Chile, que se instale en el Perú: estaría fuera de época. Esta cadena ha mantenido, entre otros, el eslogan “Precios más bajos siempre”; sin embargo, no es en absoluto cierto: por estos días, se ha iniciado por televisión una campaña de precios de otra cadena de tiendas similar, Plaza Vea, que ofrece la bolsa de 5 kg de arroz Costeño -la marca que prefiere usar mi esposa- a S/ 21.50; el establecimiento Metro, de la misma cadena antes de los Wong y hoy de Cencosud, vende esa bolsa de 5 kg de arroz Costeño a S/ 24.50. Ambos establecimientos son contiguos, por lo menos en la Av. La Molina, que es donde normalmente hacemos nuestras compras.
Algo que nos sucede con alguna frecuencia, en ambas cadenas de tiendas -las señaladas de la Av. La Molina-, es que algunos precios que figuran en anaqueles de venta, de donde el comprador determina si los adquiere o no entre otras cosas por sus precios, no son los mismos a la hora de “pasar” por Caja: fácilmente, el precio de tal o cual producto no es el mismo siendo, por supuesto, siempre mayor. Mi esposa tiene o se ha formado el hábito de verificar que le cobren lo que ella ha visto en los anaqueles, lo que ha obligado a la tienda a reintegrar o devolver el dinero cobrado en exceso en varias oportunidades, no sin antes pasar por un momento engorroso, en el que incluso se debe hacer la verificación del precio anunciado, lo que hace normalmente incomodar a quienes esperan a que terminemos nuestro proceso de pago. Es de mencionar que la mayoría de las personas no verificamos -me incluyo- el cobro correcto de lo que adquirimos, lo que permite que, proponiéndoselo o no, esos establecimientos nos hagan pequeños “robos” que, me imagino, deben abultar alguna cantidad significativa.
Entre la publicidad con que nos “bombardean” desde los canales de televisión de señal abierta, de aproximadamente tres meses a los momentos actuales, se presenta una campaña de la empresa Verisure, que termina diciendo “…. porque no se puede robar lo que no se puede ver”. Me resulta en primer término irrisoria dicha expresión -que debe ser un eslogan-, porque me parece muy difícil que los amigos de lo ajeno, los ladrones, tengan la “paciencia” de tratar de ver qué van a robar, antes de hacerlo; que sean así de selectivos. Pero en realidad, lo que me parece muy mal, es que los responsables de las empresas que contratan publicidad de ese tipo, se conformen con algo así: también esa forma de decir las cosas maleduca o puede hacerlo, a quien lo ve, especialmente si se trata de niños. Deben formarse conciencia de que el público televidente, en este caso, requiere calidad en el servicio que se le brinda: ¿cuándo vamos a ser un país culto si no nos preocupamos de serlo?
Esos mismos canales de televisión abierta, unos más que otros, lanzan campañas publicitarias de cinco o más minutos, incluyendo como mínimo dos “tandas” comerciales de ese tipo en cada media hora del programa que estén transmitiendo. O, también, anuncian que está por comenzar, a las tres de la tarde, por ejemplo, tal o cual programa y los televidentes vemos en nuestros relojes que ya pasaron varios minutos de la hora anunciada. Cosas así hacen que, poco a poco, los televidentes busquemos que nuestro entretenimiento sea alcanzado de otra forma, alquilando algún servicio de televisión por cable, por ejemplo.
Para los casos aparentemente pequeños o hasta insignificantes que estoy citando, existen entidades como Indecopi (Instituto Nacional de Defensa de la Competencia y de la Protección de la Propiedad Intelectual), cuya finalidad es proteger a los consumidores de faltas de respeto como las que estoy denunciando. Parece, sin embargo, que quien debe ser denunciado inicialmente es el o los entes creados para defender al consumidor, por no cumplir adecuadamente con su razón de ser, al menos en este tipo de cosas.
Puesto a tratar el tema, me pregunto si existirá en el Perú alguna entidad que verifique si el jabón de tocador “tal” pesa el gramaje que indica su etiqueta o, si la botella de aceite “cual” contiene los centímetros cúbicos que menciona la suya; y, así, si los consumidores estaremos protegidos contra robos y/o perjuicios de tal naturaleza. En realidad, creo que existen entidades con tal finalidad, pero dificulto sinceramente que cumplan con su función.
Se debe, pues, proteger a los consumidores. Entre otras cosas, para eso también pagamos nuestros impuestos.
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