Como en tantas oportunidades de clasificación para un campeonato mundial de fútbol, estamos cada vez más cerca al momento final de la misma, esta vez al igual que la inmediatamente anterior con una buena posibilidad de clasificación. No se puede negar la gran expectativa y no sé hasta qué punto el controlado optimismo, que existe entre los aficionados al fútbol; pero es un hecho que este mes de marzo debemos ver definidas nuestras aspiraciones, a menos que nos toque nuevamente ir a un “repechaje”.
Realmente, tenemos motivo para sentirnos orgullosos de contar con una selección competitiva con aspiraciones no sólo de clasificar al evento principal del campeonato mundial de Qatar, sino también de que la participación de nuestro representativo alcance una mejor figuración que la obtenida en el de Rusia 2018. Con toda seguridad los peruanos vamos a concentrar nuestros deseos, voluntades y en muchos casos oraciones, por la clasificación de nuestro equipo nacional de fútbol, los días señalados para enfrentar a los seleccionados de Uruguay -en Montevideo- el jueves 24 y de Paraguay -en Lima- el martes 29, del mes en curso.
Hemos llegado a un momento en nuestra historia futbolística en el que se tiene que reconocer que contamos con un conjunto de jugadores que, muy bien guiados por el director técnico Ricardo Gareca, han conseguido formar un equipo que puede enfrentar a muchos de los que competirán en el campeonato mundial que se avecina, sin complejos y con la seguridad de que están aptos para salir vencedores del lance y, que un resultado así no sorprenda a nadie.
Sin embargo, dicha selección y las alegrías que todos ansiamos nos den, no son, no constituyen nuestra realidad futbolística. Desde 1951, nuestro fútbol de primera división -y, no sólo de esta- se denomina “profesional”, porque a los jugadores se les contrata y paga por su desempeño futbolístico en defensa de tal o cuál institución o club de fútbol profesional. De esta manera, se ha entendido desde su conversión en el año citado, de fútbol amateur o aficionado, al que ha cumplido ya más de setenta años entre nosotros.
Desde mi punto de vista, luego de ser testigo por muchos años de los resultados obtenidos por equipos peruanos de clubes y selecciones, en las diversas competencias en las que han participado defendiendo, de todas maneras, el nombre del Perú, el título de “profesional” que se asigna a nuestro fútbol carece de un requisito primordial para ser llamado de esta manera: los jugadores pueden ser considerados profesionales, porque se les compromete a hacerlo mediante la suscripción de un contrato y el pago de una suma a la que la entidad y el jugador llegan después de una negociación, pero los clubes de fútbol no son propiamente entidades deportivas profesionales; es decir que, por lo menos, no son manejados profesionalmente.
Y esto, además de dejar mucho que desear tiene, viene teniendo, la ingrata consecuencia que nuestro fútbol es cada vez menos competitivo; si no, la mejor prueba de que esto es verdad, son los pobrísimos resultados que obtienen los equipos peruanos de clubes en la más famosa competencia de este deporte en su rama masculina en este lado del mundo deportivo, la Copa Libertadores de América, en la que de varios años a esta parte los equipos peruanos no pasan de la primera etapa en la que participan.
Hacen años, me parece que durante la última gestión presidencial al frente del club Universitario de Deportes, La “U”, -2004 / 2007- de Alfredo González, un empresario mejicano quiso comprar las acciones de dicho club, ofreciendo hacerlo mucho más grande de lo que entonces era, así como impulsar el profesionalismo en las demás disciplinas deportivas con las que contara el club. González se opuso terminantemente, porque el club era su feudo, como en líneas generales lo son la mayoría de los demás clubes de fútbol para sus dirigentes.
Entonces, La “U” era un equipo de fútbol grande, que le podía hacer frente en la cancha al equipo más pintado de América del Sur, además de ser solvente y considerado también “grande” en el aspecto económico, lo que se reflejaba en las contrataciones de futbolistas que tenía capacidad de hacer. Qué malas gestiones deben haberse hecho durante las sucesivas directivas del club, comenzando por la del propio Alfredo González, para que actualmente la institución sea la más endeudada entre las de su tipo, su capacidad de contratación sea muy escasa y su rendimiento como club de fútbol sea cada vez más pobre, habiendo olvidado -ojalá que no para siempre- su característica “garra”.
El ejemplo, un tanto extenso, que he expuesto del club de mis amores, es un botón de muestra muy gráfica de lo que sucede con el fútbol profesional peruano. La medida a adoptar para mejorarlo pasa, necesariamente, por la profesionalización de las instituciones deportivas como tales, para darles un manejo profesional de carácter empresarial que nuestro deporte competitivo requiere. La niñez y juventud de nuestro país precisan de ejemplos a los cuales emular y dichos ejemplos no van a surgir de instituciones deportivas tan precarias como las que tenemos actualmente; esto, creo que es válido para el fútbol, pero también para las demás disciplinas deportivas que se practican en nuestro país y con las que participamos en competencias dando muy pobre imagen.
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