top of page
Buscar
Foto del escritorAlfonso Abad Porras

EL EMPLEO HOY EN DIA

Por ser el Perú un país llamado “en desarrollo”, aunque con mayor propiedad debiera decírsele “subdesarrollado” o “tercermundista” dejando de lado los eufemismos, prácticamente desde siempre ha carecido de una oferta adecuada de empleo, lo que ha aumentado de manera por demás significativa con motivo de la pandemia que azota al mundo en general. El mal que nos aqueja, ha obligado a muchas micro, pequeñas y hasta medianas empresas a cerrar sus actividades o a disminuirlas al mínimo indispensable, por motivo de quiebra o inminencia de la misma.


Lamentablemente, en el Perú no se han desarrollado medianas ni grandes empresas en volumen suficiente como para constituirse en las grandes generadoras de empleo que hubiera sido deseable; de haber existido estas, es de suponer que las propias empresas habrían tenido cómo afrontar la pandemia, sin dejar a tanta gente sin empleo. Por el contrario, la migración del campo a la ciudad -generada a partir de la década de 1940 y alimentada involuntariamente durante el Gobierno de Manuel Odría, por la caridad que desplegó su esposa, doña María Delgado de Odría- y, especialmente el terrorismo de las décadas de 1980 y 1990, tuvieron como perjudicial resultado que las grandes ciudades, Lima en particular, incrementaran su población de manera que las mismas no se encontraron nunca en capacidad de absorber los flujos migratorios, ni las empresas tampoco.


Ocurrió entonces que, como solución forzada por esas circunstancias, quienes disponían de un pequeño capital se lanzaron a la aventura de crear empresas que, por su bajo poder financiero, sólo alcanzaron a formar parte de los menores niveles empresariales, esto es, micro y pequeñas empresas (mypes). Tanto proliferó esta forma de emprendimiento, que el sector que abarca a ambas modalidades representaba el 95 % del total de empresas y era fuente de empleo del 47.7 % de la población económicamente activa (PEA) en el Perú, según la Encuesta Nacional de Hogares llevada a cabo por el Instituto Nacional de Estadística e Informática (INEI) en 2019.


Si a lo anterior le agregamos que muchas mypes eran informales, es fácil de entender que un número muy significativo de estas empresas haya salido del mercado por no poder enfrentar una situación tan adversa como la que estamos viviendo desde mediados de marzo último, ya que no contaban con recursos suficientes para afrontar la pandemia y, consecuentemente, se hayan generado varios millones de nuevos desempleados a la fecha.

Entre quienes cuentan con empleo formal, muchos lo vienen desarrollando de manera virtual, es decir en un frente laboral prácticamente impensado -al menos en el Perú- hasta que se presentó la pandemia. Hubieron -y hay- empresas que, pudiendo seguir adelante con el tema de su actividad, han preferido que una buena parte de la misma se efectúe de manera virtual, como medida de protección ante los riesgos que impone la pandemia y las muchas muertes producidas por esta desde su aparición en el país.


Esto, implica que se ha abierto una modalidad de trabajo que probablemente ya no deje de aplicarse, en la medida que esta no sólo signifique ahorro en costos de personal, sino también en infraestructura, servicios, recursos y, en fin, todos aquellos que las empresas deben afrontar si funcionan como en época pre-pandemia. Por consiguiente, los trabajadores en general deberán prepararse para un desenvolvimiento acorde con estos nuevos tiempos, de la mano con la tecnología, pero también para hacerlo en nuevos campos laborales que, con toda seguridad han de abrirse por casi desaparecer los tradicionales.


No sólo los trabajadores, sino y especialmente las empresas, van a verse en la necesidad de abrir sus frentes de trabajo a nuevas e imaginativas ideas, para seguir en un mercado que ya no será más el mismo que lo fue en la época pre-pandemia para, sin dejar de lado su razón de existir como empresas, lo puedan hacer aprovechando las nuevas herramientas o facilidades que proporciona el desarrollo tecnológico, por lo que deberán capacitarse en esos aspectos.


Sólo después de que desaparezca la pandemia, realmente, los empresarios podrán encontrar la forma de ubicar a sus empresas, personal de colaboradores incluido, en el nuevo mercado que entonces pondrá sus propias “reglas de juego”. Sin embargo, puesto que quienes contribuirán a crearlo son seres humanos comunes y corrientes, cada empresario deberá, por sí mismo, ir formándose para e ir formando, la porción de mercado que tendrá que ayudar a forjar, por su propio futuro empresarial. Los trabajadores, deberán alinearse con sus empresarios para que la adaptación no los “pase por encima”, sino para que los lleve con ella al lado de sus patronos laborales.



Post Data.- Hace una semana, publiqué una Columna refiriéndone a la Discriminación al Adulto Mayor. El domingo 11 último, se publicó este artículo en la Sección El Dominical del diario El Comercio; por parecerme de interés, a continuación se los copio a mis estimados lectores.


El falso crimen de ser viejo en tiempos de coronavirus

Cuando salgan a la calle -dice entre líneas el Decreto sobre los adultos mayores- tendrán una hora para ver un árbol o el color del cielo. Esta actividad se hará por las mañanas, tal como las mascotas cuando salen a orinar lo contenido durante la noche. La columna de Jaime Bedoya.

El falso crimen de ser viejo en tiempos de coronavirus, por Jaime Bedoya.

La ley considera que hay una edad en la que una persona es lo suficientemente adulta como para librarse de ese castigo bíblico llamado trabajo: 65 años. Esta persona, a quien modosamente se denomina adulto mayor para evitarse la cruel simpleza de llamarla vieja, habrá remontado entonces más de tres cuartos del promedio de vida estadístico[1]. Lo habrá hecho con todas las alegrías y puñaladas a cuestas que el camino recorrido supone. Es un lapso más que suficiente para desarrollar criterio, instinto y maña, cuando no sabiduría. Las canas no llegan solas.

Como efecto colateral de un penoso manejo de la pandemia, a estas personas se les quiso tratar como seres disminuidos trasladándoles la responsabilidad de una mala gestión sanitaria: cómo no puedo cuidarte, no salgas. Se acabó tu vida.

Un Decreto Supremo de triste recordación – que ahora modifica la tirana obligatoriedad por acomodaticia sugerencia- limita a los adultos mayores a que solo realicen caminatas de 60 minutos tres veces por semana; de preferencia por las mañanas. Igualmente les sugiere salir únicamente por razones de urgencia médica. Siempre sin alejarse más de 500 metros de su lugar de residencia y evitando a toda costa el contacto físico. Esto podría leerse al revés.

Entre líneas, esto es lo que dice ese Decreto: los adultos mayores están invitados a la inmovilidad cuatro veces por semana. Los que tengan ventana podrán ver a través de ellas cómo la vida los va dejando atrás. Para el resto está la televisión, burdo consuelo eléctrico a la desolación. Cuando salgan a la calle tendrán una hora para ver un árbol o el color del cielo. Esta actividad se hará preferentemente por las mañanas, tal como las mascotas cuando salen a orinar lo contenido durante la noche. Solo podrán violar esta renuncia a vivir cuando finalmente les toque morir. Mientras ese día llega, se recomienda hacer lo posible por vivir sumidos en la soledad más saludable posible.

Una persona vieja, cualidad antes que defecto, no solo merece sino que necesita seguir sintiendo vida en las venas. Especialmente cuando tienen más pasado que futuro, proyección incierta que hoy se encuentra más devaluada que nunca.

Antiguamente los ancianos eran considerados una élite. La de la sabiduría. La hazaña de llegar a una edad madura era señal de perseverancia y mérito vital además de favor de los dioses, estado cronológico que era reconocido por la sociedad. El actual desapego por la vejez es despreciable y tan idiota como escupir al cielo. Con suerte, y con la vacuna que aún no existe, algunos también llegaremos ahí.

Este maltrato hace verosímil la leyenda según la cual en su lecho de muerte Manuel González Prada corrigiera su célebre frase – los viejos a la tumba, los jóvenes a la obra- por otra versión. Una más ajustada a la arrogancia pasajera del que se cree lejos de ser tratado como inútil. La enmienda habría sido así: los viejos a la tumba, los jóvenes a la mierda.

Así sea apócrifa, vaya la frase con todo cariño a los autores de ese Decreto Supremo.

13 visualizaciones0 comentarios

Entradas recientes

Ver todo

ESSALUD

Comments


bottom of page