El celular es un aparatito de creación relativamente reciente -llegó al Perú en los primeros años de la década de los noventa, en calidad de “ladrillo”, como se le decía entonces por su excesivo tamaño y peso-. Con el paso del tiempo -teniendo en cuenta que el desarrollo tecnológico es muy veloz actualmente, por lo que un año calendario representa “bastante tiempo”-, el celular ha adquirido diferentes formas y capacidades -en lo que se refiere a la versatilidad y amplitud de sus funciones-, hasta llegar al adminículo de bolsillo que usamos actualmente.
Indudablemente que se trata de un invento que ha logrado aceptación masiva a nivel mundial, pudiéndose decir que probablemente en estos momentos hay más celulares en uso en el mundo que población humana en el mismo. Es un producto de la talla del televisor o de la computadora personal, pero de mucho más veloz comercialización que estos, porque en muy pocos años ha logrado ser demandado por gente de todos los niveles socio-económicos, alcanzando volúmenes de venta antes impredecibles, así como la coexistencia en su utilización de diversas generaciones de su desarrollo.
Definitivamente, es un equipo que soluciona necesidades que antes nos limitábamos a dejar insatisfechas, porque no había forma de atenderlas; la más sencilla, si nos encontrábamos fuera de nuestro hogar y necesitábamos una información u opinión de alguna persona “de la casa” sobre algo que tenía que ver con nuestra salida, si no encontrábamos un teléfono público en buenas condiciones simplemente nos quedábamos con la duda o incógnita y procedíamos conforme a nuestro “leal saber y entender”, con el riesgo de un disgusto posterior por habernos equivocado.
Por supuesto que eso no es lo único que puede hacer por nosotros el bendito invento; por el contrario, puede hacer tanto como -cada vez más cerca- si fuera una pequeña computadora y cubre una serie de campos de información que, difícilmente, pueden ser abarcados por los respectivos usuarios.
De un tiempo a esta parte, sin embargo, muchos padres de familia -y en esto no puedo generalizar, quizá sucede sólo en Lima- le han encontrado una utilidad para la que, con toda seguridad, no fue creado: lo ponen en manos de sus hijos pequeños, de dos a cinco años, para que se entretengan y “no los molesten”. La consecuencia es que los chicos, efectivamente, se entretienen; tanto lo hacen, que crecen con el celular pegado a ellos, como si fuera una parte de su organismo de la cual no pueden, pero tampoco quieren, prescindir; por eso, actualmente hay tantos “memes” que se difunden en los que se muestra cómo en una reunión familiar o social, cada uno de los asistentes está concentrado en su celular, sin importarle o darse cuenta de lo que sucede a su alrededor.
Recuerdo una anécdota personal que creo guarda relación indirecta con este caso: cuando en mi hogar decidimos comprar un segundo televisor, una pregunta a responder, dependiente de un acuerdo entre mi esposa y yo, era dónde se iba a colocar ese aparato tan atractivo. Mi esposa, lo quería en el comedor, “para ver los noticieros y los avances noticiosos de inmediato”, sin tener que esperar al noticiero que veíamos, ya en nuestro dormitorio, a golpe de diez de la noche; por otra parte, no lo quería en la sala, porque “no íbamos a poner a quien nos visitara a ver televisión”. Por mi parte, me oponía a que el atractivo aparato fuera instalado en el comedor, porque -de acuerdo a mi experiencia, como hijo de familia- era “enemigo de la comunicación familiar”: al final, para variar, se hizo lo que ella quería y, desde entonces, lo que más pone son telenovelas con alguno que otro avance noticioso que se intercala por ahí.
¿A qué viene la anécdota?, a que esa prevención respecto a la pérdida de comunicación entre los miembros de la familia, no tenía -no tiene- comparación posible con el efecto del bendito celular entre padres e hijos especialmente; especialmente, digo, porque los padres no se criaron tan “pegados” al celular, como los hijos, quienes sí lo hicieron pero, muchas veces, por “incitación” de sus padres.
Es bueno que los niños dejen de crecer tan “unidos” al celular y a los avances tecnológicos. Indudablemente, este aparato va a ser paulatinamente más útil a los seres humanos, por las muchas funciones que puede desarrollar y que serán cada vez más importantes y difíciles de realizar para la mente humana, al menos a la velocidad que lo podrá hacer el artilugio, pero nunca deberemos permitir -como especie- que concentre tanto nuestras aptitudes mentales, que consiga obnubilarnos; o, más apropiadamente, que consiga hacerlo con nuestros hijos o con las generaciones venideras.
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