Las más grandes culturas de la antigüedad tenían, como una norma principal de conducta, contar con un Consejo de Ancianos, al cual recurrían para solucionar los mayores problemas que se les presentaran en sus vidas diarias. Esto, se debía al alto respeto que les merecía la experiencia y sabiduría ganadas a través de los muchos años de vida que debían tener los integrantes del citado Consejo.
Actualmente, sin perjuicio de que estos consejos aún existen en algunas comunidades primitivas a las que el hombre moderno no ha podido todavía dañar, así como que los que perduran ya no poseen los poderes que antes tenían para el manejo de la comunidad, de manera general se ha relevado a las personas adultas mayores de las actividades y responsabilidades que eran sus características en aquellos Consejos de Ancianos, para convertirlas en -extremo opuesto- cargas humanas a las que se relega normalmente a la postración y al olvido.
Es cierto que existen muchas entidades y disposiciones que se ocupan del Adulto Mayor, que hacen referencia especial a sus necesidades biológicas, a su salud, a su vida placentera, a darles calidad de vida, hasta que les llegue el final de su existencia. No se analiza, por ejemplo, si el citado Adulto Mayor percibe, con ese trato “deferente”, que es debidamente tomado en cuenta; si, tal vez, se siente marginado, porque ya no se precisa de sus opiniones, de sus cualidades laborales y/o profesionales ni, sobre todo, de su importante y quizás única contribución al bienestar familiar o al sostenimiento del hogar del que forma parte.
Me explico: la persona que llegó a la edad del retiro, de la jubilación, cuando le ocurre ese aciago momento, sabe que le toca dejar para siempre sus actividades acostumbradas pero, a pesar de saberlo, no acepta que de manera tan brusca deje de ser esa persona “importante” que siempre ha sido para muchos de quienes conforman su entorno familiar, laboral y social. La persona se siente, aún, en la plenitud de su vigor mental y físico, por lo que no puede reconocer que debe pasar a sus “cuarteles de invierno”.
Soy de la opinión de que se debe cambiar el enfoque que se tiene de la mayoría de edad, esa que convierte al ser humano en Adulto Mayor, que se le dé la oportunidad de decidir sobre su propio futuro inmediato: si se trata de decidir, haciendo una analogía, entre la obligatoriedad del voto electoral y la posibilidad de ejercerlo libremente, por qué no, también, se le da la posibilidad, a este ser humano, que decida si se jubila o no, a su elección. Con toda seguridad habrán muchos que decidirán quedarse laborando de forma indefinida, para lo que sus empleadores podrán aprovechar sus conocimientos y experiencia de diferentes formas, tales como:
· Mantenerlos en sus cargos normales, pero liderando fuerzas de trabajo que ganen de su conocimiento y experiencia.
· Convirtiéndolos en capacitadores de otros miembros de la misma entidad que requieran de quienes más saben en el mismo campo de acción por el que ellos aún tienen que aprender a transitar en muchos aspectos, para bien de quienes los contratan.
· Sirviéndose de ellos como asesores de bajo costo, que bien lo harían por el pago de su sueldo normal, contra lo que cuesta generalmente un asesor contratado especialmente para ese fin.
· Poniéndolos a cargo de pequeños establecimientos, en calidad de distribuidores, para que contribuyan a difundir la calidad de lo que ofrecen al mercado.
Ciertamente, la gran mayoría de los actuales Adultos Mayores consideraron, al inicio de sus actividades laborales, que saldrían de las empresas a las que ingresaron, “con los pies por delante” ..……. Pero, la vida no se acaba con la edad de jubilación.
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