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Foto del escritorAlfonso Abad Porras

DEFLAGRACION EN VILLA EL SALVADOR

El 23 de enero pasado, faltando pocos minutos para las siete de la mañana, se produjo una deflagración de gas en Villa El Salvador que ha ocasionado la muerte de hasta el momento 23 seres humanos y no menos de 30 heridos; dejó como mínimo cuatro casas en condición de inhabitables y dañó a otras 16, también como mínimo.


De inmediato, se produjeron manifestaciones de solidaridad totalmente encomiables, de las que dieron cuenta los medios de difusión, siendo quizá la más notable de las mismas las largas colas que se formaron para donar sangre en favor de las víctimas del desastre, entre las que se contaban ancianos, mujeres y niños. No se puede dejar de mencionar, igualmente, a diversas personas, instituciones y empresas que se organizaron para apoyar con alimentos, víveres, ropa y productos de higiene a los damnificados; también, diversos veterinarios ayudaron a atender a mascotas afectadas. Asimismo, entidades de Brasil (el Ministerio de Salud) y de Estados Unidos (el Hospital Galveston) enviaron piel humana para contribuir a satisfacer las necesidades de este tipo entre las víctimas del gran incendio que ocasionó la deflagración. Habitantes no perjudicados de Villa El Salvador, fueron llevando desayuno a las víctimas (que se quedaron sin casa), al día siguiente de la tragedia (y quizá lo siguen haciendo, de lo que no da cuenta ningún medio de difusión).


También, ocurrieron actos que los mismos protagonistas de esos hechos jamás se habrían imaginado capaces de llevarlos a cabo, como el del niñito que salvó a su perro de morir quemado luego de haberse retirado del lugar del incendio, quedando finalmente con más del 70 % del cuerpo quemado (inicialmente, se informó que se encontraba en cuidados intensivos en el Hospital Guillermo Almenara, pero este 4 de febrero los medios noticiosos han dado cuenta del fallecimiento de un niñito de 13 años hospitalizado en el mismo nosocomio, aunque sin especificar si se trata de la misma criatura); o, el ejemplo que dio ese otro joven que llevó a sus padres a un lugar seguro, pero que luego regresó para ayudar a su hermano que había corrido tras él en medio del gas (el joven héroe murió frente a su casa, abrasado por las llamas).


Infortunadamente, ocurrieron hechos indebidos e irresponsabilidades, que obligan a buscar y encontrar culpables; en este caso, se definió en primera instancia que la culpa debía considerarse como asignable a una de tres entidades: el chofer del camión cisterna, supongo que porque tiene un record de muchas papeletas entre “graves” y “muy graves” o, porque quizás no estaba preparado para transportar GLP: en ambos casos, las razones para imputarle la responsabilidad de esta tragedia e incluso para que la Fiscalía solicitara para él una pena privativa de libertad inicial de nueve meses de prisión preventiva, sólo llevan a la conclusión de que culpable de que éste fuera el chofer del camión cisterna fue la empresa que le dio el trabajo (cualquier persona a quien se le asigna un trabajo por el que va a cobrar una cantidad que le es necesaria lo acepta, sin chistar). Las municipalidades, de Lima o de Villa El Salvador (o ambas) por permitir que los constructores dejaran un pronunciado desnivel en la pista (en realidad, Villa el Salvador está plagada de pistas con desniveles similares y hasta peores, así como de pendientes tan pronunciadas en sus pistas, que transitar por ellas encierra un verdadero peligro para la integridad de quien o quienes lo hacen), cuya consecuencia directa fue que el camión perdiera estabilidad al chocar con el mismo, lo que trajo consigo que se destapara la válvula del gas y produjera su fuga. Y, Osinergmin, por otorgar licencias a los camiones transportadores de gas sin una apropiada verificación de su estado para hacerlo.


Quizá uno de los aspectos más dramáticos de la cadena de responsabilidades es que el vehículo que causó el accidente tenía la autorización correspondiente, obtenida en setiembre de 2019, a pesar de haber sufrido ya una fuga de gas en el 2018, cuando cumplía la misma función, aunque ilegalmente, porque no contaba con autorización formal; asimismo, esta unidad que ocasionó el accidente fue adaptada para transportar GLP, es decir no se construyó con ese fin; sin embargo, fue autorizada automáticamente, con sólo solicitar dicha autorización y acompañar dicha solicitud con requisitos administrativos, tales como: copia de la tarjeta de propiedad del vehículo; plan de contingencia elaborado y suscrito por un ingeniero colegiado habilitado; póliza de seguro de responsabilidad civil extracontractual vigente; diagrama del sistema de recepción y despacho de GLP (ubicación de válvulas); informe de certificadora sobre el buen estado del tanque de GLP; declaración jurada de cumplimiento de la normativa técnico-legal aplicable (31 preguntas; algunas de ellas, son: ¿se encuentran el tanque, las tuberías, las válvulas y las mangueras de la unidad en perfecto estado y sin presentar filtraciones?, ¿la unidad cuenta con un extintor contra incendios portátil de trece kilogramos?); fotografías nítidas a color (15 x 10 cm) de las partes frontal, posterior, superior, lateral derecha y lateral izquierda del vehículo, incluyendo los equipos de seguridad. Luego de que se le presentan estos requisitos, Osinergmin otorga la autorización automática (antes del año 2017, el Osinergmin tenía 30 días para responder; si no lo hacía, se denegaba la solicitud).


Desde mi personal punto de vista, el único a quien no se debe responsabilizar por esta desgracia, es al chofer del vehículo portador del GLP; este señor, incluso, arriesgó su vida al tratar de volver a cerrar la válvula por la que fugó el gas, así como cuando trató de prevenir a la gente de su entorno al gritarle que se alejara del lugar, como han declarado algunos vecinos. En todo caso, la empresa Transgás, contratada para hacer el transporte es responsable, si se determina que el chofer estuvo mal asignado y que ello tuvo que ver con el accidente.


Los municipios de Lima y de Villa El Salvador, tienen la inmensa culpa de no verificar que los proyectos de construcción de pistas (y veredas) las dejen en buen estado de circulación, lo que deben corregir bajo responsabilidad y en “el término de la distancia”. El Osinergmin”, tiene la mayor responsabilidad, porque no puede dejar la seguridad de vidas humanas “en manos” de trámites administrativos (en el presente caso, su informe sobre este infortunado acontecimiento pretende exonerarlo de toda responsabilidad, dando a entender que el trámite administrativo y burocrático es suficiente); cabe anotar, aquí, que no ha dejado de llamar la atención en medio de una circunstancia tan difícil, la contratación de servicios de “media training” por S/ 34 mil para esta entidad, luego de lo sucedido en Villa El Salvador (este monto cubre el pago de 18 inspectores de camiones transportadores de gas), este entrenamiento tiene la finalidad de permitir que un entrevistado por algún medio de difusión (generalmente un alto funcionario público, que en esta oportunidad fue el Presidente de Osinergmin) salga bien librado de dicha entrevista. Naturalmente, se impone que se lleve a cabo una reingeniería de los métodos y procedimientos que se aplican en Osinergmin (el 4 de febrero último, se dio a conocer en horas de la noche la renuncia del presidente de la entidad, la cual se imponía).


Nota.- Para la redacción de esta Columna de Opinión, me he basado en informaciones de los medios de difusión locales, así como he recurrido a fuentes de información publicadas en internet. A continuación, me permito agregar una reseña de lo que ocurrió en el Hospital de Emergencias de Villa El Salvador el día 23 de enero, con motivo de esta tragedia, por considerarlo digno de difusión.


Reflexión sobre la tragedia del 23-Ene-2020 en Villa El Salvador.


Pocos saben lo que se vivió dentro del hospital esa mañana fatídica y es que si nunca han visto de cerca lo que significa atender a un paciente "gran quemado" puede resultar difícil de imaginar el haber recibido a 39 personas en esa condición. La historia tras el hecho nos deja lecciones (buenas y malas) pero que en el balance posterior sabemos que nos ayudará a crecer con la amarga experiencia de haber vivido esta emergencia.


El accidente ocurrió cerca a nuestro hospital, alrededor de las 7 de la mañana. Ésta es una hora clave porque significa el cambio de guardia; es decir, los profesionales que han trabajado de madrugada (y que salen agotados) ceden la posta a aquellos que les toca trabajar en el turno diurno.


Cuando se preparaba todo para los relevos es que comienzan a llegar los primeros pacientes. Ese momento es como un flash en la mente, la pregunta: ¿qué está pasando?, es una reacción normal al no saber qué ocurre y qué se viene, pero cuando surge la pregunta: ¿qué hago? Es quizá cuando se define al profesional y al ser humano.


Ese 23 de enero no hubo marcación de salida, nadie abandonó su guardia. Los que ingresaban corrían a ponerse sus uniformes, sus guantes, sus implementos y sumarse. Los que no les tocaba trabajar ese día comenzaron a llegar sin que nadie se los haya pedido. Todo el hospital se movilizó, no existían rangos ni cargos, sólo importaba acudir a la emergencia y sumarse: cargar camillas, organizar la logística, los medicamentos, los insumos, las carpas (se armaron en tiempo récord, porque es mentira que ya hubieran estado armadas). Si te detenías por un momento a observar era una maratón de blancos, turquesas, guindas y celestes que, en ese momento, se complementaban perfectamente. El comité de Gestión de Riesgo batuteaba y caímos en cuenta que los simulacros no fueron tiempo perdido.


Pero el verdadero reto era no perder la entereza al ver esa imagen devastadora de niños, adultos y adultos mayores pidiendo ayuda, consumidos, con la vida escapándose de sus cuerpos. El agua corriente era una necesidad de vida o muerte, y así se hizo. Nos mojamos con ellos, no importaba y hasta era mejor, así no se notaba cuando en una pequeña pausa era necesario y hasta humano llorar. Nadie paró, nadie se quejó, no había cansancio, no había hambre; solo debíamos ayudar a los 39 Ángeles que teníamos en nuestras manos.


Algunos podrán criticar, otros agradecerán, pero lo que hubo fue organización, un equipo humano que dejó todo, se sumó y funcionó. Lloramos las pérdidas, porque también son pérdidas nuestras, nos carcome el pensamiento de saber si pudimos hacer algo más, algo mejor; pero sobre todo: nos duele, en el corazón y el alma, cuando caemos en cuenta que lo que perdimos ya no se podrá recuperar. Este evento nos marcó como grupo humano, esperamos haber estado a la altura y les pedimos perdón a los que fallamos, el consuelo es sabernos más preparados. Y aunque sea poco, nos queda la esperanza de saber que en los momentos más aciagos, cada peruano, sin importar su condición, tiene la increíble capacidad de conmoverse y actuar guiados por el corazón.


Extraído de la página del Hospital de Emergencias Villa El Salvador.”


Pensar y agradecer antes de criticar!



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