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Foto del escritorAlfonso Abad Porras

CORTESIA ELEMENTAL

Creo que, en provincias, aún no pierden la cortesía las personas, en general. Al menos, me autorizan a expresarlo así los provincianos que llegan a las urbes capitalinas, en especial a Lima, huyendo de la pobreza y de la falta de horizontes atractivos en sus lugares de origen.


Supongo que, en algún momento, todos o la mayoría, nos hemos topado con gente que nos saluda, sin conocernos, que nos cede la vereda o, demuestra de alguna forma, un trato respetuoso hacia nosotros. En este momento, se me vienen a la memoria dos oportunidades que he tenido para decirlo: la primera y un tanto antigua, ocurrió cuando, en mi condición de ingeniero, tuve que participar en la entrega de determinados trabajos de redes telefónicas que había efectuado una empresa contratista en Chaclacayo; estábamos en toda la verificación de pruebas para concretar la mencionada recepción de obra, cuando pasaron a nuestro lado un par de provincianos de mediana edad, que vestían hasta sombrero y, al hacerlo, nos saludaron empezando por sacárselo. Fue algo tan inusual, tan fuera de nuestro comportamiento citadino habitual, que solo atinamos a responderles el saludo, más por instinto que porque honestamente creyéramos que debíamos hacerlo.


La otra oportunidad fue cuando, en estos días, un hombre de aproximadamente treinta años, me saludó al cruzarse conmigo e hizo el gesto de que me correspondía cualquier tipo de primacía sobre él, por ser adulto mayor. Gestos así, nos son totalmente ajenos, a pesar de que, seguramente, fueron comunes en épocas antiguas, probablemente hasta inicios del siglo veinte. Actualmente, no solo nadie nos cede el paso, sino que hombres y mujeres jóvenes se expresan de manera por demás grosera estén donde estén; esto es, en espacios públicos al aire libre, en medios de transporte, en casas o eventos sociales a los que son invitados; en fin, en cualquier parte: no es que yo no pueda expresarme de manera similar o que me escandalice al escucharlos, es que hiere mi condición humana que no tengan el menor respeto por quienes los rodean, sean mujeres, niños o niñas, personas mayores, etcétera.


Muchos, no saben dar las gracias, por mala educación o porque creen que todo se lo merecen; otros, cuya misión es atender al público, no saben tratarlo, creen que le hacen un favor y, lo demuestran; también, hay quienes no saben (o no admiten) pedir disculpas por los errores que cometen. Se pueden citar muchas formas de incomodar a los demás con muestras de descortesía; ya no hay quienes cedan el asiento en vehículos de servicio público a las damas, las ancianas, las señoras embarazadas: hay muchos que ocupan asientos preferenciales que se hacen los dormidos para no pararse frente a una persona a la que le corresponde, por ley, el asiento que él o ella ocupa. Los ejemplos o tipos de esa manera de ser o de actuar, se nos presentan cotidianamente tanto, que desde muy temprano se nos viene malogrando el día recién iniciado, por tener que soportarlos.


Existen tantas formas de descortesía, que resulta muy difícil, por no decir imposible, citarlas todas en un artículo como este, cuyo propósito es hacer notar que se cometen constantemente; así como contribuir, al hacerlo, a que reflexionemos sobre nuestra propia conducta y empezar, al mejorarla, a combatir la descortesía, a reemplazarla paulatinamente por una cortesía elemental que forme parte de nuestro cotidiano actuar.



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