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Foto del escritorAlfonso Abad Porras

AUSENCIA DE BUENAS NOTICIAS

En nuestro país, por lo menos en los noticieros capitalinos, no es usual publicar buenas noticias; ni, mucho menos, destacarlas si por casualidad se desliza una que otra, muy de vez en cuando.


Recuerdo que, hace ya una buena cantidad de años, con idéntico malestar que el manifestado en las líneas anteriores, dirigí un correo electrónico a una periodista que tenía a su cargo un programa de televisión sobre la actualidad política de entonces. Dado que la tenía en muy buen concepto como periodista y siempre sintonizaba su programa, le dirigí el mencionado correo, felicitándola por el que a mí me parecía un buen programa, para acto seguido presentarle un pequeño desafío: que propalara cada día una buena noticia sobre el acontecer nacional. La señora no se dignó contestarme, ni tampoco propalar una sola buena noticia a la que destacar por ser esa su característica principal.


Supongo que las buenas noticias no venden, ni dan rating; sin embargo, como guías de opinión que son los medios de difusión y quienes presentan las noticias en sus versiones escrita o hablada por su intermedio, deberían ser conscientes de que con solo presentar malas o desagradables noticias, lo que vienen consiguiendo es que nuestra sociedad en general y algunos estratos de la misma en particular, produzcan cada vez más malas noticias porque, lamentablemente y aparte de una serie de otras causales que pueden tener quienes alimentan tan negativamente los noticiosos que recibimos, quienes se constituyen en personajes centrales de esas noticias sienten o creen que están haciendo algo prácticamente normal.


Cuando se trata de periódicos, calificamos de “pasquines” o “amarillistas” a los que eligen como eje y motor de venta a las noticias sensacionalistas que publican; quienes no nos fiamos de la forma de llamar la atención que tienen como hábito esos diarios, simple y llanamente no los compramos ni los leemos. Lamentablemente, con ese tipo de presentación dichos periódicos sí llaman la atención de las masas y, por eso, se venden. Lo único rescatable, es que cada periodicucho de esos tiene su público, por lo que no es de temer que uno solo de ellos pueda equiparar o superar la lectura de los diarios serios: de suceder lo contrario, nuestra incultura, como población, sería inmensa.


Si, en cambio, se trata de televisión, se dice que la nuestra puede ser calificada de “televisión basura”, porque no tenemos o son muy pocos los programas de calidad que desearíamos tener. En este caso, en mayor o menor medida, los noticieros de televisión dejan mucho que desear, porque resaltan de sobremanera las noticias negativas, las sensacionalistas.


Creo que ya va siendo hora de que empecemos a construir una sociedad mejor preparada; que, con ayuda de los medios de difusión, formemos un país de mediana cultura, que se precie de tenerla, que sus ciudadanos dejemos de sentirnos atraídos por el sensacionalismo, que desarrollemos un pensamiento crítico que nos lleve a diferenciar “la paja del trigo” en este campo.


Tengo la esperanza de que, si un día alcanzamos este propósito, disminuirá muy significativamente la delincuencia, el crimen, porque nuestra propia cultura así nos lo exigirá.



Si ese día llega (y creo que alguna vez sucederá), para quienes creemos en lo que expresan estas líneas, será motivo de orgullo reconocer que ya no estamos tan solitarios como hoy nos sucede; también, que nuestro país ha crecido: seguramente, en ese momento, habremos alcanzado el título de “país desarrollado”.


En cuanto a esto, los medios de difusión tienen la palabra, pero todos y cada uno que coincidamos en lo aquí expresado, tenemos la obligación de contribuir al cambio que requieren aplicar los medios de difusión, exigiéndoles la calidad de información que a ello nos conduzca.


Una de las formas de iniciar el cambio pedido a los medios, es la presentación cotidiana de buenas noticias.

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