En la presente columna, quiero recordar una anécdota que ilustra, con total claridad, el mensaje que me permito alcanzar a mis lectores que, estoy seguro, coincidirán con su propósito.
Se trata, de una ocasión en que tuve que llevar los anteojos de mi esposa y mi hija para que les hicieran algunas reparaciones menores; ajuste de la montura, en el primer caso y colocación o cambio de tornillos para los brazos, en el segundo. Dado que los anteojos de mi hija ya los había llevado anteriormente y por el mismo motivo a la óptica donde los compré, lo que entonces me representó un pago, opté por llevarlos a la que por muchos años ha sido la casa comercial a la que hemos recurrido en mi familia para estos efectos; creo conveniente explicar que recurrí a otra tienda para adquirir los anteojos de mi hija por resultarme muy próxima a mi domicilio, cosa opuesta de la que sucede con aquella de la cual éramos clientes.
Al exponer mis necesidades a la señorita que me atendió, que formaba parte de la familia propietaria según creo, empecé por reconocerle que los anteojos de mi hija no habían sido comprados allí, antes de que ella me lo hiciera notar. El problema de los anteojos de mi esposa, por su sencillez, se solucionó de inmediato, mientras que el de los de mi hija implicó que los dejara para su entrega algunas horas más tarde, dado que era más complejo. Al inquirirle a la susodicha señorita por el precio de dicho trabajo, me contestó textualmente: -¡Nada........, usted es mi cliente!.
Creo que quienes tienen a bien dedicar una pequeña parte de su tiempo a leer mi Columna de Opiniòn, podrán concederme una pequeña licencia en forma de propaganda gratuita, la que solicito porque me parece que los buenos gestos se deben identificar plenamente, ‘con nombre y apellido’: se trata de la óptica Ming Ying, que estaba ubicada en el Distrito de Lince. Considero que es un gesto que se debe resaltar, por lo infrecuente, porque no es común en absoluto que el personal de los establecimientos a los que acudimos por las razones que tengamos nos trate de forma agradable, ni que los dueños tengan ‘desprendimientos’ como el anotado; que, al final, le sirven a dicha tienda para mantener a un cliente o para captar a otros nuevos.
Esta anécdota, que siento la satisfacción de contar, me hace recordar la época no demasiado lejana en que la cadena de tiendas Wong entró a competir en el mercado local con las que entonces lo tenían copado; es decir, con Monterey, Scala y Tía, hasta donde puedo recordar. Creo que Wong ‘rompió el mercado’ con solo un argumento inicial: brindó una atención agradable a todos y cada uno de los clientes, lo que más rápido se puso de manifiesto cuando dejaron de cobrarnos específicamente por las bolsas en que nos entregaban los productos adquiridos, así como prohibieron a los muchachos que nos ayudaban con los paquetes que recibieran propinas por hacerlo (estas y otras atenciones que posteriormente fueron aplicando, no solo las mantuvieron e hicieron crecer desde entonces, sino que sentaron escuela, al extremo de que todos los demás centros comerciales similares copiaron el sistema). Esto, a su vez, me lleva a una primera evidencia: en ambos casos se trata de propietarios de ascendencia oriental, que sabemos tienen la natural expresión amable y predisposición igualmente gentil para atender a sus clientes; lamentablemente, la familia Wong ya dejó de ser propietaria de la cadena de tiendas que lleva su nombre (por convenir comercialmente a Cencosud, su propietario reemplazante), así como de las nuevas cadenas que surgieron tras ese apellido, como Metro y otras menores. Asimismo, la óptica Ming Ying ya no está ubicada en Lince, si es que existe todavía.
Finalmente, puestas así las cosas, lo anterior también me lleva a una conclusión: la mejor forma de atraer al público a un establecimiento, es brindarle una atención de primera, haciéndolo sentir importante para quien lo recibe, para quien debe absolver sus consultas, quien debe cobrar su consumo, quien debe en fin portarle sus paquetes. Esa actitud no es patrimonio de una raza; total, aquellos a quienes me he referido son tan peruanos como el resto de los que hemos nacido en este país. Que tienen un ancestro de otra cultura y posiblemente una formación un tanto diferente, es cierto; pero, no olvidemos que han crecido entre nosotros, se han educado en nuestros colegios y han recibido nuestra influencia.
Estoy seguro de que, si a ellos les dio resultado, a todos nos lo puede dar. Hasta donde me es posible conocer a las personas, esa actitud revierte en el propio personal que la aplica, porque se le aprecia con una mejor disposición para el trabajo: ¡hasta esto se puede ganar!
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