Para iniciar mis estudios escolares, mis padres me matricularon en el colegio de mujeres Sagrado Corazón de Jesús, porque en ese centro de estudios seguía los suyos mi hermana mayor, lo que le hacía posible llevarme y regresarme a casa sin ninguna otra compañía -nuestra madre no podía hacerlo, porque debía quedarse en casa a cargo de nuestras tres hermanas menores-; además, en dicho colegio recibían alumnos varones hasta el segundo año de Primaria.
Al término de esos dos primeros años de estudios, en los que se entiende que aprendí a leer, escribir, sumar y restar (supongo), hubieron de matricularme en colegio de varones. Por motivo de ubicación, entiendo, lo hicieron en el colegio Nuestra Señora de La Merced, que quedaba en el centro de Lima (jirón Carabaya) y para movilizarme sólo debía tomar un ómnibus de ida y un tranvía de regreso, cuyos recorridos eran rectos. Creo que fue mi padre quien habló con un señor amigo suyo que vivía cerca de nuestra casa y cuyo hijo cursaba uno de los primeros años de Secundaria en el mismo colegio, para que me llevara y regresara, lo que hizo supongo de mala gana, hasta que un día yo me regresé por mi cuenta, con lo que consideró terminada la “obligación”.
En ese colegio, hice mi Primera Comunión e iba todos los domingos a misa -el colegio era de curas-, al final de la cual recibía mi libreta “de aprovechamiento y conducta”. Para cada salón de clases de Primaria, sólo había un profesor que, valgan verdades, en el caso del que me tocó en suerte no podría actualmente decir si era bueno, malo o regular como docente; lo que sí, en cambio, recuerdo perfectamente, es que hubo una oportunidad en que se enfermó y dejó de asistir a darnos clases quedando creo, durante toda su ausencia, a cargo del Inspector de Primaria quien, al momento de darnos la libreta el día domingo, nos llamaba uno por uno, nos miraba la cara y luego la nota de la semana anterior, repitiéndonos a la mayoría de los alumnos el calificativo que figuraba en la libreta; por lo menos, conmigo sucedió precisamente así.
No puedo recordar, ni imaginar, qué clase de alumno fui en esos primeros tres años de estudios escolares, pero sé perfectamente que al final del tercer año recibí un hermoso 20 como premio a realmente no sé qué rendimiento. Nuevamente, mis padres me cambiaron de colegio y fui a dar al Externado de Santo Toribio, en el que estudiaba un primo hermano mío, algo mayor que yo; supongo que las referencias que mis tíos dieron a mis padres fueron positivas, para que me cambiaran a un colegio que no tenía el mismo nivel que el que estaba dejando y en el que yo había alcanzado la mejor nota que se podía aspirar. Sin embargo, hicieron bien; muy bien, digo yo, porque en ese año aprendí muchas cosas, entre ellas a conjugar verbos; se formaron en mí las bases de una buena ortografía -que me acompaña hasta ahora, pudiendo exhibir como acreditación de que es así, que alguna vez fui Campeón de Ortografía en la Compañía Peruana de Teléfonos-; descubrí tener inclinación a las letras castellanas -claro que entonces no lo supe, pero ahora sé que desde entonces tuve facilidad e inclinación a esta área-. Y, sin embargo, al término de ese cuarto año de Primaria, obtuve un magro 12 como nota de aprovechamiento. A pesar de esto, le estoy agradecido al colegio y al profesor, de apellido Rojas, porque corrigieron mis defectos de aprendizaje anteriores y dieron proyección a mi vida, sin saber creo, que lo hacían.
Para estudiar 5° de Primaria, fui cambiado al colegio nacional Alfonso Ugarte, el cual se convertiría en mi Alma Mater, porque en el mismo seguí lo que restaba de Primaria (5° y 6°; fue el último en que se dictó ese último año lectivo, hasta la década de los '80s, si no me equivoco) y toda mi instrucción Secundaria. Mi desempeño como alumno en ese 5° de Primaria, no fue nada especial excepto por mi calificativo final, que fue 15, mejorando el obtenido en el año anterior.
En 6° año, mi profesor fue el señor Hermógenes Vega, probablemente el mejor docente que me ha tocado durante toda mi educación escolar. Era una persona bastante seria, de esos profesores en cuyas clases se podía escuchar el zumbido de una mosca, por lo que contaba con toda nuestra atención. Hasta donde puedo recordar, su método de enseñanza consistía en explicar el asunto del que se tratara, para luego establecer una sana competencia, mediante preguntas suyas y respuestas del alumno que levantara primero la mano, entre los integrantes de las tres filas de carpetas bipersonales que conformábamos su alumnado. Para que tuviéramos presente el estado semanal de la competencia, al iniciar el año lectivo todos debimos entregarle una fotografía tamaño carnet, las que clasificó por filas de carpetas y, al término de cada competencia, colocaba la foto de uno de los miembros de la fila ganadora en un cuadro provisto de espacios al efecto: mi fila se peleaba siempre el primer puesto y muchas veces lo ganaba; para mí, fue evidente el aporte que yo brindaba a ese resultado cuando, con motivo de haber padecido alguna enfermedad que me impidió asistir a clases toda una semana, al retornar el lunes siguiente pude apreciar que mi fila sólo había obtenido una foto en ese cuadro de resultados, la de buena conducta. En la ceremonia de clausura del año escolar, fui premiado como el mejor alumno de Primaria, única vez en mi vida que destaqué como estudiante; mi nota final, fue 17.
El método del señor Vega, quien después fue Director de la sección Primaria del mismo colegio Alfonso Ugarte, era totalmente participativo y lograba que los alumnos captáramos y retuviéramos los conocimientos y conceptos de forma indeleble, creo yo. Me parece que sería mucho mejor que se aplicara algo similar en la enseñanza actual, para lograr un mejor y mayor entendimiento de parte del alumnado.
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