En el Perú, especialmente en Lima, estamos acostumbrados a vivir entre malas noticias, a tener como el pan de cada día, acontecimientos tales como accidentes de necesidad mortal, robos a mano armada que terminan muchas veces en crímenes, ultrajes y crímenes a criaturas, feminicidios, corrupción política, encubrimiento a políticos y un largo etcétera, que no para y no parará hasta que no nos lo propongamos.
No se trata de que las autoridades incumplan con sus obligaciones o de que falten leyes que se deban hacer cumplir; se trata de que no tenemos la voluntad de cambio que se requiere para que quienes dictan las disposiciones y quienes tienen que hacer que estas se respeten estén concientizados, se formen en la mística de su cumplimiento.
Para formarse esa mística, concientizarse, se tiene que partir de un criterio básico: ¿es posible pensar en algo positivo si todo lo que vemos o escuchamos, si todo prácticamente a nuestro alrededor es negativo?; sinceramente, creo que no, que la tendencia general es dejarse llevar por la mayoría, por la fuerza de la corriente. Un niño que siempre escucha o es testigo mediante los medios de difusión, especialmente la televisión de las malas noticias, solo creerá que es una tendencia normal de los eventos y, que procediendo negativamente, procede bien.
Hace buena cantidad de años, era yo fiel televidente del programa que dirigía una en mi concepto buena periodista, cuyo nombre considero conveniente omitir. Me parecía tan buena su forma de hacer seguimiento y de narrar ocurrencias de carácter político, que llegó el momento que consideré correcto dirigirle un e-mail felicitándola por ese motivo; sin embargo, a la vez que hacerlo, se me ocurrió que podía plantearle un pequeño desafío: que se propusiera públicamente y lograra la emisión de una nota periodística por la ocurrencia de una buena acción o noticia positiva dentro del día del programa (tenía programas en horario estelar, de lunes a viernes, en un canal de señal abierta). La periodista en cuestión nunca aceptó el reto; ni siquiera se dio por enterada del mismo.
Debo confesar que, como consecuencia inmediata, se me “cayó” la susodicha periodista. Actualmente, admito la posibilidad de que no fuera un “pequeño” reto, tal vez era un “gran” reto, para un equipo periodístico que estaba acostumbrado a buscar noticias dentro de lo malo que pudiera suceder; o, que si estamos tan acostumbrados a ver delante de nuestros ojos lo malo que sucede, no somos capaces de ver lo bueno, tanto en el caso de quienes deben convertir en noticia lo que acontece, como en el de quienes tendremos que informarnos por su intermedio. Hoy en día, sin embargo, hasta se invita a la ciudadanía en general a que envíe información de algo que está sucediendo a tal o cual dirección electrónica o número telefónico para dar aviso a un programa o señal noticiosos que luego explotarán la información en calidad de noticia de mayor o menor nivel; eso sí, nunca se pide especialmente que la información se refiera a lago positivo.
Por espacio creo yo que de más de dos años consecutivos, el diario El Comercio publicó en la última página de su primera sección, normalmente, un artículo a toda página sobre una persona pública, llámese artista de cualquier índole, deportista de cualquier disciplina, etcétera, generalmente en calidad de entrevista aunque no siempre, cuyo redactor era el señor Renzo Giner Vásquez (si no me equivoco), de quien ahora sí considero pertinente mencionar el nombre. Era sentir una especie de desahogo noticioso el poder leer lo que escribiera dicho periodista, era como reconciliarse con el mundo exterior; era comprender, en fin, que no todo era malo ni negativo.
Yo pido que vuelva esa página, que los medios noticiosos, escritos y audiovisuales, se preocupen por hacer positivo lo que propalan, que contribuyan de esa forma con el desarrollo y el progreso de la sociedad: mal, no nos va, ni les va a hacer; por el contrario, pueden conseguir un efecto muy positivo en la sociedad de la cual forman parte.
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